¿Cuánto tienen que gritar para que puedas oír?
A dos años de la desaparición forzada, lágrimas que juntas hacen el océano
Sergio Reynaga
“La ley siempre está oficialmente del lado de la propiedad, ella le da la razón al dueño de las tierras. Pero tú, en quien las ficciones jurídicas aún no han matado el sentimiento de justicia ¿qué vas hacer? Le exigirás al campesino que se tire sobre la carretera sin un techo bajo el cual vivir –es la ley la que lo ordena- o bien, ¿le exigirás al propietario restituir al campesino toda la parte de la riqueza generada por la tierra que se debe al trabajo de éste? Es la Justicia quien te lo dicta. ¿De qué lado te pondrás? ¿De la ley, pero en contra de la justicia? O bien ¿de la justicia pero en contra de la ley?”.
-Piotr Kropotkin-
El tiempo siempre implacable, no ha conseguido borrar a nuestros 43 de Ayotzinapa, a pesar de que se insiste en la pérdida de la memoria desde distintitas y numerosas ofertas: La indiferencia, la ridiculización, la criminalización y el tedio, por mencionar algunas. El 26 de septiembre de 2014, (la noche de Iguala, a la que hoy, le suceden dos años ya), quedó clavado en el desplazamiento histórico mundial, en las figuras vencidas que siempre retornan con fuerza, y que son además, el sentido del tiempo del ahora, una carga inicial de la significación de nuestro presente constante: la lucha por la dignidad y la justicia.
El primer ataque por parte de elementos de la policía se registra alrededor de las nueve y media de la noche. Tan sólo un día más tarde, pudimos ver la imagen del compañero Julio César Mondragón… Un rostro que esboza la mecánica de despersonalización y anulación con que opera el Estado en México, la cancelación de todo lo que somos, como partículas, esporas y comunidad.
Sin embargo, las imágenes se vengan: traspasan el presente y despiertan el recuerdo de las derrotas y de las victorias regaladas. Sin los símbolos, la opresión sólo llevaría el nombre del oprimido de turno, redoblando así su autodesprecio. Las batallas perdidas, que sólo han dejado atrás símbolos, todavía ayudan a los oprimidos: hubo un tiempo en que la dominación pudo ser combatida. [1]
Los nexos de José Luis Abarca con el crimen organizado, suponen uno de los nodos que sirven de soporte a las instituciones que administran el ordenamiento de la vida cotidiana de las comunidades, a lo largo y ancho del territorio mexicano. Los cuales no hacen sino develar, una de las bases más importantes para fundar el poder en el mundo del capital sobre la vida, el mundo de la mercancía sobre las personas, es decir la inexistente línea divisoria entre el discurso oficial de la legalidad y la inmoralidad del dinero. Los símbolos se tejen en constelaciones de formas discontinuas, así la Normal Rural Raúl Isidro Burgos, juega un papel histórico en el derrotero de las luchas sociales, junto al 2 de octubre de 1968, y se aproximan lentamente entre sí, mientras se aferran al recuerdo para hacer estallar el velo de la normalidad y las medidas del tiempo al servicio del príncipe, en la constitución de eso a lo que el poder ha llamado: la verdad histórica. Cuyo desplome inicia en sus primeras fases con la desaparición de Abarca. Parece urgente exhumar en la memoria, cargar de dignidad la intención de los compañeros, pues buscaban retrotraerse entre las voces de los estudiantes asesinados en Tlatelolco, su lucha aquella noche –como en muchas otras que aún no llegan- es contra el olvido, así pues:
Toda necesidad es una necesidad del pasado; nos resulta prácticamente imposible pensar otras cosas que aquellas que nos han sido legadas. Nuestras costumbres, por lo tanto, son las costumbres de los vencedores y de los vencidos; en ellas se repiten las luchas pretéritas. En este sentido, la eliminación definitiva de la dominación conllevaría el cambio de la historia entera, que entonces debería ser reescrita. Su necesidad sería la de la libertad. [2]
Por lo tanto tal descripción como categoría de verdad, impuesta sobre el caso Ayotzinapa, no resuelve sino la necesidad de las instituciones, necesidad que se superpone sobre el sufrimiento de forma violenta, toda vez que intenta negar la capacidad de las comunidades para tejer su propia historia, es decir, significarse a partir de la autocreación. El dos de octubre que al fin llega en 2014, viene acompañado de la toma del control de Iguala y otras zonas de Guerrero, por parte del gobierno federal y el ejército, poniendo a la comunidad en estado de sitio, que en lo aparente, se pretendía como una protección del orden y la seguridad. Sin embargo dos días transcurren para la aparición de un par fosas clandestinas con veintiocho cadáveres calcinados. Este suceso aunado al previo reconocimiento policial del ataque a los estudiantes, dispara la irrupción del sueño, la tranquilidad del gobernador de turno, Ángel Aguirre, bajo un telón en rojos ocres de cócteles molotov sobre su casa, acto seguido comprendemos a Walter Benjamín cuando nos dice que: El sujeto del conocimiento histórico es la clase oprimida misma, cuando combate [3], de tal manera que se coloca frente a la decadencia de la verdad, entre frases descompuestas, en otra grieta del discurso oficial correspondiente al 5 de octubre, cuando elementos policiacos confiesan la entrega de los compañeros al crimen organizado. ¡Fue el Estado!, el espectáculo de lo conmensurable comienza a desvanecerse en la invención de otra historia, desde abajo, advirtiendo que: si las demandas de verdad son también demandas de poder político, es, violencia, y si esta misma violencia no es otra cosa que “silenciamiento” del otro interlocutor por medio de un dialogo aparente, la verdad y la violencia se vuelven intercambiables [4]. ¿Entonces como condenar la invención de la justicia en los medios de la rabia que jamás encuentra un eco resuelto al dialogo, para garantizar como mínimo, la seguridad y el bienestar de la humanidad? Más aún ¿cómo negar la crisis, el incendio de la verdad histórica? Hacer estas preguntas, pienso, también es responderlas: ¡Fuego, fuego a la verdad por ley! ¡Haremos posible verlos regresar! Un movimiento después el 13 de octubre, las oficinas del gobierno de Guerrero son consumidas por las llamas desplazadas hasta el 29 del mes que aún transcurre bajo el manto del silenciamiento, hacía la reunión con Peña Nieto, quien parece no entender que con el sufrimiento no se negocia.
Las lágrimas logran formar el océano, una a una, dislocadas en su andar sin prisas, en picada sobre una maquina en óxido. A dos años de la desaparición forzada de nuestros compañeros, la comunidad internacional responde descarrilando el continuum y la normalidad, haciendo imposible el olvido y por lo tanto la muerte misma, de tal manera que cada uno de nosotros es hoy, capaz de decir como Murillo Karam en noviembre del 2014: Ya me cansé, pues nos cansamos de esperar, y hacemos de la espera rabia, porque hay asientos vacíos y faltan voces en las aulas, porque el mundo entero, hoy como ayer, dice a los 43: Te estamos esperando en casa, andamos en la historia, seguro nos volveremos a encontrar las veces que sean necesarias, hasta que el mundo cambie o se detenga en los muelles de un reloj que jamás pudo encerrar cada latido de nuestros corazones:
¡Vivos se los llevaron, vivos los queremos!
¡Acudimos a la lucha por dignidad y justicia!
¡Derramaremos el tiempo que sea necesario!
Desde algún lugar del Pedrebronx, a las orillas de La Paz, Baja California Sur.
27 de septiembre de 2016, 8:25AM
[1] Wolfgang Dressen. (1978). Antiautoritarismo y anarquismo. Barcelona: Anagrama. p.18
[2] Ibíd. Pp.19-20
[3] Walter Benjamin. (2008). Tesis sobre la historia y otros fragmentos. México: Itaca. p. 48
[4] Gianni Vattimo y Santiago Zabala. (2012). Comunismo hermenéutico: de Heidegger a Marx. Barcelona: Herder. p.33
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