Contra la policía globalizada… ¡la autodefensa comunitaria!

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Demián Revart

La policía ha sido un objeto de estudio insignificante e incluso turbio para la filosofía y las ciencias sociales. Pocas veces algún pensador o escritor ha vivido en carne propia la detención, la extorsión, la intimidación o el asesinato del otro y de uno-mismo a manos de un policía. Es por esto, que se ha preferido a través de varias generaciones, hacer crítica de las estructuras del poder político y no de la política aplicada en las calles a través del castigo en los toletes, armas o puños de la policía moderna.

La policía no puede pensarse NUNCA como una instancia de la aplicación del derecho, sino, como un excedente de la “aplicación de la ley”, a su vez fundadora y conservadora: crea el castigo para conservar el “orden”.

En nuestra sociedad monista y prefabricada, la policía no sólo engloba las líneas de jurisdicción en una topografía de local a global, sino que por sí misma y cuando es impuesta, ENGLOBA TODO: la moralidad, las buenas costumbres, la vida cotidiana y el simple acto de respirar. Nos preguntamos en presencia de un agente del orden: “¿se puede hacer esto o no enfrente del vigilante?”. Su papel-parásito es el mismo desde Singapur hasta Colombi, hablamos de la policía globalizada.

Tras largos epistemicidios en los pueblos originarios y los conflictos de la violencia organizada, varias comunidades del mundo se han ‘auto-sitiado’ para después abrirle las puertas a la paz y la comunidad humana que, desde la producción comunal, ha sido de mayor avance social que el imperialismo precoz, excluyente y mundializado fuera de las filosofías, modos organizativos y creencias de estos pueblos. Desde Yanga, el primer esclavo rebelde armado con piedras y palos contra las flotas españolas en el puerto de Veracruz en el siglo XVI, hasta las temidas mujeres de las YPJ en el Kurdistán sirio, el concepto de “seguridad” se entrelaza con las vindicaciones y aspiraciones sociales que posea tal o cual comunidad.

Ejemplifico con Cherán K’eri, municipio michoacano en donde la “policía” es la barrera y a la vez la puerta de paz, que abrió los ojos a más de 4,800 habitantes sufridos por la exacerbación del narcotráfico y su pirámide de violencia en la zona.

Cherán nos da a entender que policía que no entiende la palabra “comunidad”, nunca le servirá a esta misma. Tras la insurrección del 15 de abril de 2011, las rondas comunitarias (procesos armados que surgieron de las 180 fogatas en cada uno de los 4 barrios del municipio, tras la expropiación de armas, vehículos y uniformes de la antigua policía municipal) fueron elegidas por los principios de confianza y responsabilidad, preceptos sencillos en donde uno conoce el rostro del otro y viceversa; imposible en las metrópolis y las grandes ciudades industrializadas.

La ronda comunitaria es una práctica de seguridad de esta región desde tiempos ancestrales, venerando a la vez los bosques sagrados de la meseta pur’hépecha. Para nada, se le puede llamar sinónimo de “policía”, ya que todos los voluntarios -y voluntarias- de la ronda comunitaria portan los uniformes y las armas para “guiar hacia el buen vivir”, sin extorsiones ni abusos de autoridad; invitan a cada uno de los habitantes, comuneros y visitantes, a emplear una lógica deductiva de comportamiento dentro de una organización comunal y asamblearia que decide cuándo ponerlos o revocarlos del puesto de autodefensa, así como a cada uno de los consejeros, administradores y demás integrantes del auto-gobierno comunitario.

La policía nunca servirá de algo donde las directrices de autoridad recaigan en una élite y no en el sentir comunitario.

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