La “izquierda” posmoderna, su espectáculo y el triunfo del neoliberalismo

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Scott Jay

La Izquierda internacional se dedica más a promover su propia imagen que a involucrarse en la amarga realidad de la resistencia contra el neoliberalismo. No necesita creer en el posmodernismo, es posmodernismo.

El ascenso del neoliberalismo en todo el globo durante décadas, y su adaptación constante desde la crisis financiera de 2007-2008 en particular, nos fuerza a preguntarnos por qué no ha habido una resistencia más satisfactoria contra el mismo.

Podríamos empezar por el cambio en la estructura de la clase trabajadora, especialmente en Occidente, y ese sería un factor a destacar, pero no es como si el neoliberalismo hubiera abolido por completo la resistencia de la clase trabajadora. No es como si no hubiera habido múltiples huelgas generales en Grecia, por ejemplo. Además, Estados Unidos fue testigo recientemente de una serie de rebeliones urbanas contra los asesinatos de negros por parte de la policía, con quema de edificios y coches de policía destruidos en la revuelta contra las condiciones que el estado les imponía. Muchos de los participantes han sido condenados por incendio provocado y otros delitos y se encuentran ahora cumpliendo largas penas de prisión.

El problema no es que la militancia no sea posible o incluso en algunos momentos inminente. La gente de clase trabajadora en los EE.UU. ha mostrado gran valentía frente al terrorismo policial, y en Grecia rehusó aceptar otra ronda más de medidas de austeridad incluso con su economía mantenida como rehén por el capital europeo.

La cuestión alternativa que hay que preguntarse es, pues, ¿por qué ha fallado la Izquierda específicamente, a la hora de oponer resistencia al neoliberalismo?

Podríamos contestar esta pregunta de docenas de formas, una por cada izquierda que exista. Pero la incapacidad de SYRIZA en Grecia para resistir una oleada más de medidas de austeridad – de hecho su aceptación de la política de austeridad – centra y aclara el problema, planteando verdades incómodas.

A saber, que quizás la Izquierda no ha fracasado a la hora de oponer resistencia al neoliberalismo. Quizás ni siquiera lo ha intentado.

¿No fue SYRIZA el proyecto de una década para construir una alianza de radicales en respuesta al colapso de la socialdemocracia frente al neoliberalismo? Ciertamente parecía eso en su momento, probablemente a sus participantes sobre todo. Y a pesar de ello el proyecto colapsó de manera tan rápida y tan espectacular, pasando de ser lo más innovador de la Izquierda internacional a un símbolo de todo lo que va mal en la misma, en menos de una semana.

El momento de la verdad para SYRIZA y para la Izquierda internacional de la actual generación se dio en las primeras horas de la mañana del 11 de julio de 2015. Muchas historias olvidarán este detalle considerando que fue una más de las sesiones parlamentarias, sin embargo fue con mucho la más significativa. En este momento, solo días después del espectacular voto del pueblo griego por el “Oxi” que rechazaba la política de austeridad, sus representantes en el parlamento eligieron recibirla con los brazos abiertos. Con 149 diputados en el parlamento, solo dos miembros de la coalición radical de la Izquierda dedicada a acabar con la austeridad acabaron votando “Oxi” junto con la gente que dicen representar. Fue un momento asombroso que ningún radical debería olvidar mientras viva, a menos que quiera repetir estos emocionantes fracasos una y otra vez indefinidamente.

Es cierto que los votos [por el no] mejoraron más adelante ese mes, pero el colapso del 11 de julio no debería ser olvidado fácilmente. Durante un breve instante vimos el elemento crucial – o uno de los elementos cruciales – del problema de la Izquierda internacional.

En pocas palabras, estos miembros de SYRIZA estaban más comprometidos con la imagen de SYRIZA como una coalición de la izquierda radical donde imperaba la unidad que con oponerse de verdad a la austeridad cuando tenían la oportunidad de hacerlo justo delante de ellos. Le dieron la espalda a la realidad y sus consecuencias prefiriendo agarrarse a la imagen de lo que habían construido. Esto es la Izquierda posmoderna en la práctica.

Frente al neoliberalismo implacable, la Izquierda internacional ha abrazado el posmodernismo, no en teoría sino en la práctica, dando más importancia al estilo que a la sustancia y a los momentos que hacen sentir bien y a los líderes llamativos que a la realidad brutal de oponer resistencia a la explotación capitalista. La Izquierda posmoderna no rechaza metanarrativas o la realidad objetiva en la teoría. De hecho interioriza la metanarrativa de su propia centralidad para alterar el curso de la historia, pero cuando se encuentra a sí misma en el centro de desarrollos históricos, trata a la historia como a algo etéreo, una masa amorfa que no puede ser comprendida. Algo que sencillamente pasa, y no hay ninguna posibilidad de disponer de opciones que puedan moldear los acontecimientos. Una vez que se coloca a la Izquierda en el asiento del conductor, no hay más alternativa que participar de forma pasiva en las maquinaciones del sistema. Cualquier otra cosa es sencillamente demasiado difícil.

La Izquierda posmoderna evita construir un movimiento con verdadero poder entre los pobres y oprimidos, en vez de ello se centra en espectáculos de autopromoción que se viven como lucha y poder pero que están completamente vacíos.

La Izquierda posmoderna habla de “sindicalismo de clase” para después llevar a cabo una reforma de las pensiones justificada por la necesidad de equilibrar los presupuestos y a continuación insistir en que nunca apoyaron tal cosa porque las palabras no significan nada y no tienen ninguna relación con la realidad objetiva. La Izquierda posmoderna está desconectada de la realidad porque crea su propia realidad.

La Izquierda posmoderna no cree en el posmodernismo. La Izquierda Posmoderna es posmodernismo.

Las raíces materiales del izquierdismo posmoderno

La Izquierda posmoderna no es el resultado de un declive en la relevancia de la realidad objetiva. Al contrario, posee una base material sólida de la que surge, y a la que está encadenada, concretamente en la forma de Organización No Gubernamental (ONG). Bajo el neoliberalismo, los desaparecidos programas de prestaciones sociales y otras fuentes de estabilidad para las personas de clase trabajadora han sido reemplazados por servicios prestados por las ONGs, financiadas por fundaciones y gobiernos a la vez que directamente por las corporaciones. Esta forma organizativa se ha extendido más allá del sector que ofrece servicios a la propia Izquierda, donde las organizaciones de los movimientos de protesta pueden construir una infraestructura de personal que trabaja para ellas a tiempo completo accediendo al mismo tipo de financiación. El problema para las ONGs es, pues, cómo cuestionar el estatus quo sin cuestionar las fuentes de la élite que financian sus operaciones. Esto se ha mostrado un problema imposible de resolver, como consecuencia de ello las ONGs han servido para reproducir el neoliberalismo más que para cuestionarlo.

Unos cuantos ejemplos ilustrarán este punto.

La Rosa Luxemburg Stiftung es una red global de organizaciones con sede en Berlín y Nueva York que rinde homenaje a la vida de Rosa Luxemburgo, una revolucionaria polaca mejor conocida por su papel en el movimiento socialista alemán como crítica del apoyo de éste al reformismo electoral y al imperialismo. Fue después asesinada por sus camaradas reformistas cuando llegaron al poder. En esto, la Rosa Luxemburg Stiftung ha adoptado su nombre a la vez que apoya a las Naciones Unidas y celebra la victoria electoral de Alexis Tsipras después que éste adoptara las políticas de austeridad. Su nombre se ha convertido en poco más que una herramienta para conseguir financiación.

DeRay McKesson es un activista que alcanzó protagonismo durante el ascenso del movimiento Black Lives Matter, especialmente en Ferguson, Missouri. Aunque es conocido como un activista, pocos pueden apuntar qué es lo que ha conseguido más allá de una masa de seguidores en Twitter y el elogio de los medios de las grandes corporaciones de la comunicación. McKesson fue también un director de escuela ligado a Teach For America, una organización que apoya una “reforma” de la enseñanza a favor de los intereses privados que debilita los sindicatos de profesores proporcionando a las escuelas profesores temporales sin experiencia recién salidos de la universidad a bajo coste. Más recientemente, McKesson dejó su trabajo para convertirse en un “activista a tiempo completo” trabajando para los partidos Demócrata y Republicano, Twitter y otros patrocinadores de las corporaciones en la organización de debates presidenciales. En resumen, DeRay McKesson no es en realidad un militante de izquierda, pero a veces seguro que lo parece. El problema es que hay tantos DeRay McKesson en el escenario del activismo, normalmente con muchos menos lazos con los intereses corporativos que él, que puede ser difícil discernir entre un militante “real” y uno “falso”.

Un grupo de organizaciones sin ánimo de lucro celebraron recientemente una convención sobre vivienda y derechos de los inquilinos en Oakland, California. Esta es una ciudad donde los apartamentos de dos dormitorios normalmente se alquilan por 2000 dólares o más y la población negra y latina está siendo desplazada rápidamente. Una de las organizaciones patrocinadoras del evento andaba recientemente negociando con las autoridades locales de Oakland un contrato de 320.000 dólares para supervisar el Day Laborer Program de Oakland, el cual suministra fuerza de trabajo inmigrante con bajos salarios a varios empleadores. En esto, uno de los conferenciantes en la sesión plenaria declaró que el enemigo era nada menos que el propio sistema capitalista. La recientemente destituida alcaldesa Jean Quan, que formaba parte de la audiencia y mantiene una estrecha alianza con muchos de los organizadores, ni pestañeó ante tal afirmación, ni lo hará nadie en el Ayuntamiento de Oakland, porque todo esto no es más que un escaparate para crear la ilusión de radicalismo. Nadie que recibe 320.000 dólares de la ciudad va a amenazar las alianzas políticas que le ayudaron a conseguirlos, por muy alto que proclame su oposición al capitalismo.

El entorno general del activismo de ONG creado por estas organizaciones es el hábitat de la Izquierda. Es decir, no todos los radicales tienen que sucumbir a la forma de ONG, simplemente necesitan adaptarse al tipo de activismo liderado por las ONGs, que es la apariencia de militancia, para construir una base de apoyos y conseguir reformas, sin la sustancia de la militancia, para evitar molestar a importantes fuentes de financiación y aliados. En resumen, la imagen de algo que parece en esencia revolucionario – Rosa Luxemburgo, y la rebelión urbana contra el terror policial – puede ser usado por personas cuyos objetivos son totalmente compatibles con el neoliberalismo.

No hace falta que la Izquierda posmoderna reciba dinero de las autoridades locales de Oakland, o incluso que tenga un estatus que le permita no pagar impuestos. Solo hace falta que confunda este tipo de activismo con un desafío real al sistema sin identificar sus severas limitaciones ¿Y por qué haría eso nadie? Porque esta forma de activismo, ¡es tan excitante! Y todos los demás lo hacen. Y ser el único tipo en la habitación que dice que algo está mal aquí es un lugar terriblemente solitario en el que estar, especialmente cuando estás intentado construir una base o reclutar gente o simplemente movilizar gente en torno a cualquier cosa con la esperanza de que ese algo será la base para luchas futuras. Pero en vez de lucha lo que obtenemos es una representación de lucha.

Cualquiera que asistiera a una de las grandes reuniones del Partido Socialista de los Trabajadores británico en el pasado será consciente de los aspectos de puesta en escena de esta organización. Al haber fracasado en la construcción de un partido de los trabajadores durante sus décadas de existencia, tiene que crear un ambiente como si fuera un partido de los trabajadores, de otra manera los trabajadores no se unirán, culminado con cánticos “!Los trabajadores unidos jamás serán vencidos!” A quien le están cantando no está claro. No hay jefes en las cercanías, por lo tanto va dirigido más probablemente a los trabajadores asistentes, o quizás simplemente a los fieles al partido para recordase a sí mismos su compromiso con la clase trabajadora. No es que no estén comprometidos – ciertamente creen que lo están – el problema es más bien que su compromiso es una actuación. Más que construir un partido de los trabajadores, simulan serlo con la esperanza de que los trabajadores se unan.

La Izquierda posmoderna es el simulacro de una izquierda, con todos los cánticos, pancartas y demás parafernalia de una izquierda militante, con pocos o ninguno de sus actos de resistencia. Finge luchar, se da un baño con la imaginería gloriosa, después se pregunta por qué nunca consigue la victoria, lo que es imposible a menos que haya una batalla real. La mayoría de las veces estas batallas acabarán en derrota, por lo tanto la Izquierda posmoderna prefiere la ilusión feliz a la triste realidad. Por supuesto, las personas de clase trabajadora no pueden ignorar la amargura de su propia realidad vital, pero la Izquierda posmoderna generalmente no habita ese mundo por lo que esto no es un problema para ella.

Por un lado, la Izquierda posmoderna ha fracasado totalmente a la hora de enfrentarse a las medidas de austeridad neoliberales. Por otro lado, podemos ver que el personal que trabaja a tiempo completo en la Izquierda posmoderna ha hecho un trabajo espectacular manteniendo la austeridad a raya en cuanto nos damos cuenta que los únicos empleos a cuya defensa están totalmente entregados son los suyos propios.

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Movimientos sociales posmodernos

Arun Gupta analizó el método posmoderno tras muchos movimientos sociales en su descripción de las marchas populares por el clima de 2014 las cuales supusieron un triunfo espectacular en lo que se refiere a situar el estilo por encima de la sustancia. Gupta hizo notar que no había en las mismas “ni exigencias, ni objetivos, ni enemigos. La admisión por parte de los organizadores de que animaban a los banqueros a participar en las marchas es como decir que los mercenarios de Blackwater deberían unirse a la protesta antiguerra. No hay más unidad que el dinero.”

¿Cómo pudo una manifestación de cientos de miles de personas convertirse en algo sin ningún poder? Porque estaba dirigida por ONGs comprometidas sobre todo con mantener su flujo de ingresos. Todo lo que hacía falta era la imagen de una manifestación de masas, el sentimiento de que estábamos haciendo algo. Que ese algo fuera completamente inadecuado para el problema que teníamos entre manos – salvar al planeta de la destrucción por parte del capitalismo – no es un gran problema si tu verdadero objetivo es conseguir donaciones, vender libros y organizar charlas. En otras palabras, esto no es una lucha sino simplemente marketing en la forma de lucha. Es simplemente una simulación.

O, como Gupta describe su lógica:

Estilo. Esa es la forma en que se va a resolver la crisis climática. Estamos en la era de los movimientos sociales posmodernos. La imagen (no la ideología) es lo primero y moldea la realidad. Las relaciones públicas y el marketing determinan las tácticas, el mensaje, la organización y la estrategia.

Uno de los ejemplos actuales más descarados de lucha ilusoria es la campaña Fight for Fifteen(1), particularmente a nivel nacional, que ha llevado a la huelga a miles de trabajadores con bajos salarios contra sus empresas de comida rápida. ¿O no? Una participante describe su experiencia: “En Miami asistí a manifestaciones de Fight for $15 en las que la inmensa mayoría de los manifestantes eran activistas pagados, empleados de ONGs, organizaciones comunitarias, y personal de sindicatos buscando miembros potenciales.” De hecho, muchos que han asistido a estas acciones mirarán a su alrededor y se preguntarán, ¿quién está realmente en huelga aquí? Habrá ciertamente gente que arriesga sus trabajos para participar, pero en muchos casos los cientos de personas que asisten a una de estas “huelgas” son simplemente gente que apoya la idea de que los trabajadores con bajos salarios se pongan en huelga. Los trabajadores en huelga son muy pocos y aislados, con unos cuantos designados como portavoces en los medios de comunicación y el resto sin identificar.

Jane Macalevy es una antigua empleada del Sindicato Internacional de Empleados y Servicios (SEIU, por sus siglas en inglés), el sindicato que dirige la campaña Fight for Fifteen en el fondo, pero discretamente para mantener la imagen de que se trata de una campaña liderada por los trabajadores. Macalevy describe como de ilusoria es realmente esta campaña: “La llamamos la campaña Berlin Rosen: unos figuras entre las empresas de la comunicación que obtuvo algo así como entre 50 y 70 millones de dólares de SEIU para dar la imagen, a través de las redes sociales, de un gran movimiento.

Berlin Rosen es una agencia de relaciones públicas empleada no solo por SEIU sino también por el actual alcalde de Nueva York y que estuvo implicada en la bancarrota de Detroit, el corazón de la bestia del neoliberalismo. Los líderes del sindicato del automóvil (United Auto Workers) también contrataron sus servicios para que convencieran a los empleados de Chrysler de que aceptaran un contrato después de que estos mismos empleados rechazaran uno anterior que no llegaba lo suficientemente lejos en las cancelación del sistema salarial en dos niveles. En este caso, el activismo posmoderno y el neoliberalismo son uno y lo mismo. Berlin Rosen prueba, cuando menos, que hay un buen dinero que ganar en los movimientos sociales posmodernos.

Después SEIU ha respaldado la candidatura de Hillary Clinton, quien no apoya el salario mínimo de 15 dólares la hora. Mientras tanto, la huelga más reciente de la campaña Fight for Fifteen ha terminada con llamados a salir y votar en 2016 – nos podemos imaginar por quien – y ha cambiado el eslogan de campaña a “Come Get My Vote” (Ven Consigue Mi Voto). Es decir, el movimiento se ha posicionado abiertamente para ser cooptado por el Partido Demócrata. Esta no es la evolución habitual de una rebelión nacional de trabajadores, pero puede que sea como se puede hacer evolucionar a una simulada.

Richard Seymour describe el activismo vacío, de hacernos sentir bien, en el cual los buenos sentimientos de la gente que finalmente puede expresar su oposición a los horrores del neoliberalismo sobrepasan a la cuestión de qué podemos hacer realmente para parar estas cosas. ¿Por qué hacerse estas preguntas difíciles cuando se siente tan bien andar simplemente en una marcha de protesta por fin?

Fue, sin lugar a dudas, una ocasión gozosa [escribe Seymour sobre una marcha de protesta contra las políticas de austeridad]. La gente llenaba las calles apenas suficientemente grandes para contenerla, y coreaba eslóganes y cantaba con notas de alegre desafío. Aquellos que afirman que este tipo de eventos son ‘aburridos’ están de hecho equivocados, y dan la impresión de búsqueda de emoción política. Todos lo pasamos muy bien. Y ese era precisamente el problema.

Una condición mínima para adquirir conciencia en la izquierda es comprender que esta protesta es en sí misma prueba de al menos cinco años de fracaso catastrófico. Hay algo elocuente e increíblemente incongruente en la subjetividad de una izquierda manifestándose como si fuera un pasatiempo, cuando sabemos que también estamos de duelo por las víctimas y los muertos. Sugiere que realmente no vamos en serio. Sugiere que, más que querer hacer temblar los muros y pilares de la tierra, lo que queremos es tomarnos un helado y marcharnos a casa.

Lo que describe Seymour es el problema planteado desde el 15 de febrero de 2003, el punto álgido del activismo posmoderno, cuando millones de personas en todo el planeta se manifestaron contra la guerra en Irak en lo que fue posiblemente el día más grande de manifestaciones en la historia mundial. Millones de personas inundaron las calles y muchos tuvieron la mayor sensación de poder de sus vidas, y a pesar de ello qué poco poder teníamos realmente. Por supuesto, millones de personas tienen un poder enorme, pero no si simplemente están ahí de pie en la calle, incluso aunque porten pancartas y lleven camisetas con mensajes políticos. Se puede oír a la Izquierda posmoderna todavía, de vez en cuando, diciendo lo cerca que estuvimos de parar la guerra en Irak. Nada podría estar más lejos de la realidad, pero la realidad no perturba a la Izquierda posmoderna.

“La tradición de todas las generaciones muertas oprime como una pesadilla el cerebro de los vivos,” escribió Marx en el 18 Brumario de Luis Bonaparte. En este caso, es más como soñar despierto, una fantasía de lucha con toda la imaginería de la resistencia y nada de su sustancia. Si esto es todo lo que podemos hacer, y nada más, entonces estamos totalmente perdidos.

Algunos han estado peleando por entender el problema planteado por [la ausencia de resultados de las grandes manifestaciones que tuvieron lugar] el 15 de febrero [de 2003] durante la última década. Otros están perfectamente contentos repitiendo el mismo proceso una y otra vez, ya que les permite vender libros, ser llamados a dar charlas, reclutar gente y financiar sus organizaciones sin ánimo de lucro. Estas maquinaciones pueden continuar indefinidamente y son totalmente compatibles con el sistema capitalista. Uno puede tener una carrera y un estilo de vida bastante satisfactorios como una especie de revolucionario, siempre que todo quede dentro de los confines de la Izquierda posmoderna.

El neoliberalismo posmoderno de SYRIZA

Si esta es la era de las ilusiones, entonces el ascenso de SYRIZA en Grecia debe ser la penúltima ilusión. Desgraciadamente, pero como era de esperar, la burbuja SYRIZA ha sido explotada y todos nos hemos visto forzados a volver a la realidad. Desde que SYRIZA aceptó la política de austeridad, el antiguo miembro de su Comité Central Stathis Kouvelakis ha escrito una serie de autopsias sobre lo que fue una vez el sueño de SYRIZA. En una declaración especialmente reveladora, hace notar como muchas de las acciones de SYRIZA eran totalmente contrarias a lo que cualquier izquierdista radical aceptaría.

Por ejemplo, destaca la pronta aceptación de un acuerdo el 20 de febrero de 2015 para extender el rescate financiero, mucho antes de la capitulación de julio:

Su primera y más inmediata consecuencia fue paralizar la movilización y destruir el optimismo y la militancia que prevalecían en las primeras semanas tras la victoria electoral del 25 de enero. Por supuesto, este descenso de la movilización popular no es algo que empezó el 25 de enero o el 20 de febrero, como consecuencia de una táctica gubernamental particular. Es algo que preexistía en la estrategia de Syriza.

Esto es exactamente lo contrario de lo que se supone que pasó, pero había que mantener las apariencias. A continuación Kouvelakis destaca el rápido declive de la democracia interna en SYRIZA en los últimos años:

Lo que vimos que se estaba construyendo tras junio de 2012 – paso a paso pero de manera sistemática – era una forma de partido cada vez más centrado en el líder, centralizado, y desconectado de las acciones y la voluntad de sus miembros. El proceso estaba completamente fuera de control cuando Syriza llegó al gobierno.

Nada de esto debería ser inesperado. Estas son las consecuencias familiares de estrategias electorales, de las que los marxistas han sido conscientes durante un siglo, desde la capitulación de la socialdemocracia europea en la Primea Guerra Mundial, repetida muchas veces desde entonces. A pesar de ello, marxistas entusiastas en todo el mundo veían en SYRIZA algo diferente, pero era meramente la ilusión de algo diferente. Al final, fue exactamente la misma clase de estrategias electorales radicales del pasado, pero el atractivo de que estos intrépidos intelectuales marxistas y activistas pudieran asumir los poderes europeos era demasiado tentador. En SYRIZA, la Izquierda internacional se veía a sí misma, y no podía imaginar que ella misma, también, podría colapsar de la misma manera bajo circunstancias similares.

El problema es que este tipo de estrategias atraen a un cierto tipo de izquierdista que ocupa una cierta posición social – específicamente, intelectuales y líderes de ONG – incluyendo aquellos que han dedicado sus carreras a explicar las limitaciones del electoralismo. El atractivo de la gloria electoral es sencillamente tan grande para esta gente que es capaz de imponerse a una crítica del reformismo sólida como una roca.

Tras el 11 de julio, ningún izquierdista serio podrá jamás, durante el resto de su vida, mirar a los ojos a prominentes figuras de la izquierda y darle ningún valor a sus promesas. Simplemente no podemos tomarnos a nosotros mismos en serio si seguimos pretendiendo que podemos confiar en las nobles promesas de presumidos líderes autoseleccionados. Y a pesar de ello, esto es exactamente lo que la Izquierda posmoderna seguirá haciendo, asegurar a todo el mundo que no, que cada próximo proyecto no es otra SYRIZA, aunque casi con total seguridad dijeron el mismo tipo de cosas sobre la propia SYRIZA.

Grecia ha vivido docenas de huelgas generales durante los últimos años y algunos incluso predijeron que la clase trabajadora podría alzarse en respuesta a la capitulación de SYRIZA. Hubo incluso una huelga general de los trabajadores del sector público el mismo día que se firmó la primera ronda de medidas de austeridad en el parlamento griego el 15 de julio. Sorprendentemente, esta huelga general pareció no tener el más mínimo impacto en el parlamento. “La lucha está en marcha,” pregonó una crónica entusiasta anunciando la huelga inminente. “No ha acabado: es el tiempo del combate contra un contrincante imaginario lo que ha acabado.” La huelga llegó y pasó, pero el simple combate contra un contrincante imaginario continuó.

Nos queda preguntarnos si la gente trabajadora tiene la capacidad o no de desafiar a sus gobiernos cuando incluso una huelga general no puede alterar el curso de la historia. Hay, por supuesto, una explicación alternativa, la cual es que al menos algunas de ellas pueden haber sido simples simulaciones de huelgas generales, iniciadas y después desalentadas por los líderes de los sindicatos, con poca amenaza de perturbar nada más allá de parar un día de trabajo, tras lo cual el orden se restablecía completamente, si es que en algún momento estuvo amenazado.

Si no podemos distinguir la simulación de la realidad, nos arriesgamos a descender de un pesimismo sano al estado actual en que creemos que las luchas de la clase trabajadora no pueden tener ningún impacto simplemente porque de manera engañosa parece que no lo tienen.

La simulación se da de bruces con la realidad

SYRIZA resultó ser una simulación de teoría marxista. El colapso de la socialdemocracia requería una nueva fuerza electoral que tomara su lugar. Apareció SYRIZA, una alianza electoral que le aseguró a todo el mundo que iban de verdad a enfrentarse a los poderes financieros en Europa. Marxistas en todo el mundo que han documentado en detalle como la socialdemocracia ha fracasado y se ha ido descomponiendo durante décadas de pronto creyeron que sí, que este proyecto de reforma electoral tendría éxito, y no, no había nada que lo hiciera diferente de los fracasos del pasado. Sin una izquierda marxista “falsa” – los estalinistas, reformistas y otros revisionistas del pasado – la izquierda marxista “real” llegó para tomar su lugar, pregonando el alba de una nueva era en Europa, al menos durante unos cuantos meses excitantes.

Puede parecer imposible en ocasiones distinguir lo real de lo falso, la simulación de la realidad, pero al fin de cuentas no vivimos en un mundo posmoderno. Simplemente vivimos en un mundo donde tantos en la izquierda actúan como si lo fuera. Sin embargo, todas estas simulaciones al final tienen que enfrentarse con las fuerzas materiales brutas de la realidad, y de pronto la total incompetencia de la izquierda simulada – no solo SYRZA sino de manera general – queda al descubierto a la vista de todos. Al final, una revuelta en Ferguson o en Baltimore y la irrelevancia de la Izquierda posmoderna para el proyecto de organizar a la clase trabajadora queda completamente clara.

Si hay alguna forma de salir de este círculo, es rechazar el espectáculo y la simulación en favor de la resistencia material real. Los momentos de sentirse bien con triunfos sin ninguna base real, las reuniones exuberantes y los cánticos que la gente recuerda durante el resto de sus vidas, pueden que sean un obstáculo en la construcción de algo con poder de verdad. La imagen de la revuelta, e incluso el hablar de socialismo y – ¡agárrense a sus asientos! – “revolución política” cuando procede de la campaña para presidente de Bernie Sanders no llegará a ningún sitio. Es el valeroso acto de resistencia, y el control del terror al que debe enfrentarse ante la respuesta del estado neoliberal a dicha resistencia, lo que transforma a una clase en una fuerza de rebelión.

En resumen, si los movimientos sociales no hacen daño real a la gente en el poder – y no simplemente los avergüenzan ligeramente – o dan poder a los explotados y oprimidos – y no simplemente los movilizan temporalmente – entonces puede que no sea una estrategia que merezca la pena. Puede que simplemente se sienta como que lo es.

En otras palabras, si se siente bien, no lo hagas.

Podemos luchar para ver más allá de las ilusiones desde nuestra actual posición con vistas privilegiadas. Sin duda, nos encontraremos a nosotros mismos en las trincheras de la lucha de clases, solo para mirar fuera y darnos cuenta que todo el espectáculo ha sido construido por un charlatán. Esto seguirá pasando, mientras el capitalismo siga ofreciendo oportunidades profesionales para los charlatanes, como sin duda seguirá haciendo.

Hay una gran necesidad, pues, de derribar la fachada, de no seguir permitiendo las imágenes falsas de resistencia que de manera subrepticia permite el liberalismo y que desvían la atención del proyecto esencial de resistencia. Las SYRIZAs de este mundo insistirán que eso es contraproducente para sus proyectos. Y precisamente de eso se trata.

@Libcomorg Traducido por Mariola García Pedrajas para Agenda Roja


(1) Se refiere a una campaña para subir el salario mínimo en EE.UU. a 15 dólares la hora

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