¡Contra el plan de estudios y sus falsos valores!: sobre la relación psicológica estudiante-examen

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Para dar continuidad a los objetivos escritos en el Preludio, me ha parecido idóneo el momento para relatar las contradicciones entre el sujeto (alumno/estudiante) y el objeto (materia-plan de estudio) que parten de la no-apropiación del control de una gran parte de su vida, dedicada a la bohemia y la miseria cultural: la vida como estudiante.

Partiendo de algunas reacciones psicológicas y el cisma emocional de que en el examen parcial y en el extraordinario nos encontramos en la línea final de un risco, en el cual parece que los deseos humanos y la vida misma se concentran en la aprobación de una prueba destinada estadísticamente para terceros y no para el fin que se promete en las universidades.

La escuela tradicional ha muerto, ¡el examen-valor triunfó!

Lamentablemente, pocos estudiantes mantienen una postura constructiva para la posesión-de-sí ante las múltiples y diversas materias que conforman los planes de estudio, haciendo imposible relacionar los datos, las fórmulas, las lecturas y los intentos del pseudo-goce de las fechas históricas, pues, pareciese que todo ha sido diseñado para crear un revoltijo que niegue y olvide en un futuro pleno, la adquisición de los conocimientos.

Que examen de la Restauración Francesa, que de geometría analítica, que del barroco español, que de complejos orgánicos, que de silogismos de primer grado, ¡bah!, estos sistemas de “enseñanza” no hacen más que el alumno cree contemplaciones y busque la forma más mediocre de asimilar “que sabe” cuando realmente no “sabe nada”, ¿cómo puede uno saber tanto cuando no ha aprendido los procesos generales del saber? Reitero, es la afirmación de un revoltijo de ideas facciosas.

Los planes de estudio modernos dejan el camino abierto a la mínima especialización de la memoria, enfocada directamente a la aprobación de exámenes, seminarios y pruebas parciales, que hacia la cognición del aprendizaje. ¡En este sistema no se aprende, sólo se reproducen datos para calificar la miseria mental!

¿Qué significa aprobar o reprobar tal o cual materia? El objeto que rompe su propia autonomía y efectúa el trabajo de humillación (o ‘divinización’ de las mentes) es la calificación.

La calificación es un elemento cuantitativo vacío, conceptualmente contradictorio. Es un número-juez que reproduce una lógica valorativa, muy semejante al precio de las cosas en la vida. Controla también los sentimientos y estados de ánimo del estudiante, y precisamente es en esta carrera competitiva y vana donde el meollo de la “educación universitaria” forma sus bases, ¿qué estudiante se preocupa por especializarse en cada uno de los montones de bibliografías -que ni se leen-, en los intentos de métodos científicos de química/biología/cálculo o en cada uno de los temarios bimestrales de los planes de estudio?, es prácticamente imposible adaptar la memoria común en tantas ramas específicas. Seamos claros, desde la educación básica hasta mediados de la licenciatura, el estudiante adoptará un yo alzado para conseguir las mejores calificaciones. El conocimiento y la crítica pueden darse por olvidadas en este terreno dinamitado.

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El punto de partida para romper la lógica de co-dependencia directa entre la esquizofrenia por aprobar las pruebas y el horizonte entre aprovechar el tiempo y los pocos medios escolares de ampliación crítica (bibliotecas, actividades extracurriculares, foros, círculos de estudio, etc.) es entender que la universidad moderna crear una simbiosis entre la especialización de la memoria y el conocimiento obligado. 

Podemos resumir el conflicto en ir hacia una definición del “estudiar”.

Sin intransigencia, el estudio es la comprensión de la información coordinada en el vínculo alumno-maestro (o alumno-medio de estudio en caso de que el individuo sea autodidacta) para aplicarse en la práctica de un campo del conocimiento humano y social determinado, NUNCA, EL ESTUDIO SERÁ LA MEMORIZACIÓN BANAL DE LA INFORMACIÓN. Eso sería un puro optimismo ideológico.

Resignación y miseria obligada: “No hay pedo, la paso en segunda vuelta y si no… la recurso”

Como hablábamos en los párrafos anteriores, la calificación va a establecer jerarquías entre los estudiantes. Su autonomía relacional como mero objeto será completamente negativa, es decir, no tomará un papel exacto para el desempeño de cada estudiante. La vida del estudiante en los distintos niveles será de resignación o profesionalismo [1] (ambas, armónicas a la alienación).

Me han preguntado en estas líneas la diferencia perceptiva entre un niño de 6 años y un joven de 18. La única es el postulado de experiencias y apoyo familiar que reciban, pues tanto el niño como el joven podrán preferir comenzar a trabajar o claudicar los estudios por esa creencia criminal de incapacidad. Todos tuvimos compañeros que terminando la primaria o la secundaria profirieron dedicarse a otras actividades para su supervivencia. ¡Enhorabuena por ellos!, pasar de la guillotina académica a un trabajo social es válido siempre y cuando la voluntad no se vea dañada u obligada a encarecerse de la emancipación de ajenos.

La crisis de identidad en torno a las materias y los profesores (ya confirmado que las diferencias son mínimas según la edad) provocan que “la piedra dude de su ser”. Este es un aforismo epicúreo, pues si rechazan tajantemente el continuar sus asistencias a determinada materia, o en una acumulación heroica de conciencia, deciden por dar término a su estancia en la universidad, encontrarán las riendas hacia el placer de afirmarse fuera de la escuela. La piedra debería volver a su ser. Sin embargo, la dominación mental descrita en nuestro concepto de educratización será la que le niegue el libre desenvolvimiento, al menos, siendo un extranjero de su propia y benévola destrucción escolar. Eso es una adhesión total a una necesidad inventada.

¿Cómo por qué es importante hablar de la resignación en el trayecto escolar? La mayoría hemos de fracasar en una o dos de las materias, que habrán de enmarcarnos sus imágenes de vida diaria en ese triunfo fantasmagórico por aprobarlas. Resignarse y continuar un modelo “contra-estudiantil” [2] que sigue por línea retrasar materias o recursarlas es muy común, pero confirma de la manera más visceral que la reconciliación entre el título académico y el tiempo del estudiante es una quimera.

Quienes se condenan a este ‘método’ son considerados inferiores o con una capacidad intelectual inferior, ¡este es el racismo cognitivo! Repiten el surrealismo de la cultura del fósil; estudiante que antepone ideas distintas a las de la escuela en su vida diaria, pero como hemos dicho, continúa encadenado a las necesidades inventadas de esta estructura.

 El utilitarismo mercantil

Estas creencia dicotómica de resignación-profesionalismo (descrita como la pistis en el primer artículo de este texto) es el pan de cada día de los mismos familiares que crean terror en el subconsciente del joven al valorar sus capacidades conforme a la misma lógica de la calificación –los números sin valor real- en los eslabones familiares. Concederán los permisos, los caprichos y demás necesidades de lujo (o lo que la élite del capital fabrica como una “supervivencia ampliada” [3]) siempre y cuando se tengan notas altas. Este tipo de relación familiar no se basa más que en un utilitarismo mercantil, el padre quiere que el hijo posea las mismas tarjetas de crédito que él, mientras que este último, le paga con un crédito “intelectual” a plazos fijas –ciclos escolares-.

Ahora, los intercambios entre padres e hijos se traslucen en: “¡Sacad buenas notas y obtendréis vino!”. #YisusSaid.

El movimiento constante no siempre es positivo. La función de la cognición no puede pensarse a la manera existencialista, no surge por su presencia en el sistema-mundo, necesita de una reacción y un estímulo mental que sea proporcional a la situación académica que se le presente, así como un trabajo cualquiera, necesita de cierta potencia y aptitudes. Un individuo con enfermedades óseas y crónicas no es apto para convertirse en obrero de carga, así como un esquizofrénico no podría ser conductor de bus.

El sistema de enseñanza omite esta relación lógica entre el sujeto y su objeto. ¿Qué otras respuestas podríamos obtener de un sistema positivo que a su vez niega el ensamble entre las aptitudes de los individuos y sus prácticas intelectuales? Las contradicciones se auto-desencarnan al ver a la enseñanza como un utilitarismo.

Ejemplifiquemos: “- Pero mamá, ¡se me hacen muy difíciles las matemáticas!-. Ni modo Pedrito, ¡dejarás por un tiempo los cursos de fotografía para pasar ese examen!”. ¡Pobre de Pedrito!, se ha echado a perder a un próximo talento social que fuera de todas las consideraciones de la pistis, es libre y gusta de lo que obra. Enunciamos entonces que uno de los objetivos inconscientes del sistema de enseñanza y sus escuelas es exterminar los talentos de la libre elección hacia un trabajo manual, intelectual o artístico, especializando las carreras y docencias en pequeñísimas opciones, arrastradas siempre, por la voluntad de terceros.

En lugar de afirmar los talentos, encubre al mundo con los oficios tradicionales del empresariado.

La aldea cultural del estudiante: Reflexiones sobre los “tiempos escolares y de evaluación”

Los ciclos escolares son a la vez ciclos justificados en cuanto a las actividades culturales que arrastran. Varían en cada estudiante, pero por fuera de cada uno y en los eventos posteados de Facebook hay un inconsciente colectivo que justifica los encuentros llenos de alcohol semi-procesado, cajetillas de tabaco-aserrín, desamores y relaciones sexuales esporádicas. “Sí Lupita se avienta de un puente, ¿tú también te vas a aventar?”, es el coloquio maternal que resume la idea anteriormente expuesta.

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La peda siempre será sagrada para el estudiante.

Regularmente en periodos ordinarios se recurre a las salidas a los centros comerciales, salas de cine y sitios capitales de diversión. Los momento de exámenes, antagónicamente, son de tensión madrugadora. Este síndrome no es gratuito, la acumulación de estrés y preocupaciones modifican por completo el dassein del estudiante [4].

Largas jornadas de lectura repetida y apuntes (de esos que muchas veces no se hicieron en clases) cobran vida en estas semanas de temor. Los estudiantes buscan formar unidad memorística a través del rechazo de lo que no saben ni aprendieron. Los desvelos, la alteración de la salud y la tranquilidad, o simplemente la resignación del previo apartado, son formas de tomar vuelo ante estos problemas. El estudiante sabe de antemano que al pasar esa prueba se “retorna a la vida”, a las relaciones sociales y al ocio, elementos categóricos de disfrutarse con o sin escuela. La raíz del problema es que este retorno al ocio no es autónomo, pertenece a un tendón de la estructura escolar: el tiempo personal programado.

Es interesante recabar investigaciones sobre el cómo los estudiantes se adaptan a las semanas de exámenes. Varios buscan la experiencia de amigos de generaciones pasadas, pero no como un pacto de aprendizaje, sino para obtener respuestas y formas concretas referentes a la aplicación de los exámenes.

Son cínicos. Solicitan los exámenes en redes sociales, compran o falsifican guías, comprimen imágenes y capturas de pantalla a sus celulares o iPods para consultar los datos durante las prueba. Estas son constituciones del interés en desaprender, afirmando que el único objetivo –por mas, divino- es aprobar.

Copiando o no copiando, leyendo  un mes antes o una hora antes, TODOS LOS ESTUDIANTES MANTIENEN DESPRECIO O INDIFERENCIA POR LOS EXÁMENES. ¡Esto es una cultura de consumo cognitivo inmediato!

No se me tome como una generalización apresurada, pero cuando un estudiante asiste ganoso y eufórico a una prueba no es porque adore los exámenes, sino como un proceso extra: la afirmación extendida de la memoria. Tras un estudio elocuente, la muestra extensiva de éste es el poder responder acertadamente algún reactivo o pregunta abierta de cualquier examen. En este sentido, no hay afecto sucesivo entre el estudiante y el examen, es parcial (¿de 30 a 60 minutos que dura la prueba?).

Quienes han almacenado más información, utilizarán al examen como símbolo de vanidad intelectual, para quienes no, será una muestra clásica de impotencia y desfallecimiento.

Las uñas roídas siempre son buena forma de ponerle disfraz a los nervios.

No es una materia. No es el profesor. No es el estudiante.

¡Es el plan de estudios!

Arrojar tantas materias e información no es un lujo que se dan quienes crean los planes de estudio, sino que todo alienta a su tan valiosa división del trabajo. Ya lo he mencionado, esto es un error de procedimiento. El estudiante y los docentes sólo pueden otorgar ínfimas añadiduras a estos planes, las habilidades que buscan conseguir éstos en los alumnos son decididos por expertos en la materia. Tenemos enfrente ni más ni menos que a una democracia intelectual representativa [5].

Especializar a través de las pruebas y todo lo que se ha descrito en este texto, es la forma más sencilla de insertar al estudiante al mercado laboral, haciendo que su realidad cubra un mismo sendero de conocimiento y no el de otros. Llamamos a ésto la epistemología de la espontaneidad, donde profesor y estudiante caminan juntos en constante conflictividad pero nunca hacia la resolución de problemas inmediatos y sociales, sino, hasta llegar al trabajo asalariado o el oficio gestionado (la profesión o la docencia “libre”).

Queda claro que ante los “fracasos académicos” no se le tiene que echar la culpa a la materia, pues por sí sola es un conocimiento implícito en otras relaciones con el mundo; tampoco del profesor, pues este continúa la transmisión de esta sarta y cruel conjunción de información que el alumno terminará adaptando obligatoriamente; mucho menos del estudiante, él cumple la función del trabajador proletario que se derrota a sí mismo sin visualizar la dominación global que hay encima de su cabeza. “Sino estudias ni trabajas, ¿entonces de qué vas a vivir?”.

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¡SÓLO UN IDIOTA SE DEJA CALIFICAR!

¡VAMOS RUMBO A EDUCACIÓN LIBRE Y COMUNITARIA!

¡CONTRA SU PLAN DE ESTUDIOS, NUESTRO CONOCIMIENTO COLECTIVO!


[1] No como una virtud, sino como un refugio temporal que permita vindicar al yo con calificaciones altas. Se dice que la disciplina es un trofeo humano, pero a la larga, no es más que evocar a un verdugo de la naturaleza individual.

[2] Esto es una falacia dentro de una conciencia secular. Hablamos de algo que está totalmente determinado por una categoría superior. No puede haber un contra-estudiante dentro de un modelo institucional, en dado caso, esta forma contra-estudiantil sería la educación autodidacta. Para explayar la contra-ideología, leer: -Zizek, Slavoj, El sublime objeto de la ideología, México, Siglo XXI, 2008, 4ª ed., p. 47.-

Jocosamente, pasa por la memoria la imagen del estudiante “anarquista” que declama respeto a la “autonomía” (regularmente, espacios “autónomos”) dentro de una geografía institucional. Allí sólo puede haber conflicto permanente de un concepto hacia la categoría de autoridad y viceversa.

[3] La supervivencia ampliada no es más que la ilusión cuantitativa de la posesión de productos pequeños dentro de nuestra categoría de ocio. Podemos tener veinte pares de tennis Nike, la última versión del iPhone o una colección infinita de videojuegos, pero dentro de la lógica mercantil, estos productos son fabricados para reemplazar lo materialmente real por imágenes supra-sensibles. ¿Cómo se diferencia a los elementos de supervivencia básica de los de la ampliada?, los primeros son fisiológicos, los segundos son la desesperación mimética de la cultura del ocio y la moda. (Recomiendo ahondar este concepto en: Debord, Guy, Cap. II “La Mercancía Como Espectáculo” en La Sociedad del Espectáculo, Barcelona, Pre-Textos, pp. 51-60, 2012.)

[4] El examen (al igual que otros métodos represivos) nace en la sociedad moderna, específicamente en Francia, donde los colegios situaban pruebas de más de 13 materias a los niños y jóvenes, humillando a las notas más bajas enfrente de los compañeros de aula y de sus padres, situación a que ahora es inversa, donde es el maestro quien resulta humillado cuando muestra cierta “autoridad” (aunque la presente a diario) por sobre del estudiante. Léase: Foucault, Michael, Vigilar y Castigar, Siglo XXI.

[5] Definamos a la democracia para nuestros días. En el fondo, la historia del siglo XX nos dejó a dos supuestos “enemigos ideológicos” que no eran más que criaturas semejantes pero de competencia económica: el bloque del capitalismo de Estado y el de libre-mercado. Unos, parlamentarios y los otros, “de elección popular”. Su totalidad relacional fue la sistematización de la autoridad, los primeros, imponiendo golpes militares de Estado y los otros, erradicando cada muestra de autonomización en la región soviética a punta de bayoneta y traiciones. ¿Qué tiene que ver ello con la propuesta conceptual de una democracia intelectual representativa? Sencillo: toda democracia “representativa” es la prolongación histórica del poder a través de la ideología y la cooptación de las actividades humanas que se resumen en trabajo.

(Extraído de Revart, Demián, La Educación de la Inercia: Transfigurando las Aulas, Ciudad de México, Revuelta Epistémica, 28 pp.
, 2da ed. 2016).

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