Qué triste es ver a México colgarse la medalla de oro como el país con más asesinatos de periodistas en este 2017 (¡y ni se hablen de los más de 27,000 homicidios dolosos para enmarcar a este año como el más violento en la historia contemporánea!). Se habla tanto de los países de Medio Oriente con un tono de lástima por la guerra civil y de invasión externa en la que están inmersos, pero lo curioso es que no queremos quitarnos la venda de los ojos para dilucidar que aquí también tenemos una guerra, incluso con más muertes… ¡y por el contrario!, no causan lástima, son parte del ocio y nuestra idiosincrasia, por eso las series como “Narcos”, “La Reina del Sur”, etc. tienen más seguidores que aquellos movimientos sociales y valientes personas que lo apuestan todo -su trabajo, su descanso, sus días y noches, su vida misma- para cuidar a sus pueblos o al menos, para dar a conocer esta terrible realidad.
Vimos tanta “solidaridad” hace tiempo cuando muchos cambiaron con indignación por banderas de otras naciones las fotos de su perfil de Facebook y retuitearon oraciones por las víctimas cuando el Estado Islámico realizó atentados en París y Bruselas… pero pocos dijeron algo de los millares de cadáveres de sus propios hermanos mexicanos que quedan varados y desmembrados en las carreteras o calcinados en fosas comunes. ¡No nos vayamos tan lejos!, aquí a la vuelta en Ecatepec, una ciudad emblemática tanto para mexiquenses como chilangos porque allí o vive un familiar, algún amigo o simplemente hemos pasado por allí al abordar las últimas estaciones de la Línea B del Metro (y que de hecho, en donde tendría que pasar la fiesta de Año Nuevo con mi familia) se tiñó de rojo en sólo 12 días con 20 asesinatos, es decir, casi 2 muertes por día en la demarcación.
No recaigamos en el negar y negar (eso sólo lo hacen los chairos frustrados). En este 2017 tuvimos cosas admirablemente positivas:
– El fatídico dejó los surcos abiertos para valorarnos -aunque haya sido por unos días- como una comunidad real, igualitaria y desinteresada; donde la ciudadanía superó al gobierno, donde una familia indígena del Istmo oaxaqueño tuvo el mismo valor que una familia de clase en la colonia Roma. Con todo y quienes se robaron los víveres para revenderlos, quienes aplicaron la ‘solidaridad de la selfie’ o los gobiernos estatales espurios que se arremangaron toda la ayuda que llegó a las comunidades afectadas, esa coyuntura fue inmensamente positiva. ¿Que pasaría si el control de la vida social pasara a nuestras manos tal como ocurrió durante las labores tras el sismo?
– Tuvimos muestras de unidad en las protestas del justito en las vísperas del Año Nuevo 2017 (y que para este 2018, se viene un nuevo aumento a los combustibles).
– En diciembre -y sin importar el ‘derecho a la pereza’- muchos mexicanos protestaron tras la reciente promulgación de la Ley de Seguridad Interior, que aunque sostenemos que “con o sin ley, la militarización y el asedio policial continuarán”, dejaron un granito de esperanza.
– Para mí, lo más relevante: la expulsión de los partidos políticos y las instituciones gubernamentales de los pueblos. En el sur, los procesos avanzan desmesuradamente en las comunidades de Arantepakua, Tzirio, Pichátaro (Michoacán); Chilón, Oxhuc, Sitalá (Chiapas); Ayutla de los Libres, Tecoanapa, San Luis Acatlán (Guerrero); Hueyapan, Xoxocotla, Tetelcingo, Coatetelco (Morelos); y Suc-Tuc (Campeche).
– “¡Pero eso de los usos y costumbres sólo es para los pueblos indígenas!, ¡en nuestra realidad como ciudad es imposible!” replicaron muchos en su conservadurismo hasta conocer la creación del Concejo Ciudadano por un Buen Gobierno en San Cristóbal de las Casas -Chiapas- y la elección de autoridades autónomas en Tepepan -Xochimilco, CDMX-, que podrían llegar a ser punta de lanza para la creación de concejos vecinales en las grandes ciudades.
Volviendo al tema de la violencia…. lamentablemente tendré que decir que SÍ, estas cifras las cargamos en la espalda todos los mexicanos, no sólo los “malos”, los delincuentes y los que nos gobiernan. Al contrario de como afirma el imaginario de “el cambio está en uno mismo”, lo más certero es decir que “el cambio está en uno mismo y en su incidencia social”.
Las aspiraciones individuales de unos son la precarización de otros, por tanto, ojalá que nuestros propósitos de Año Nuevo sean mitad pa’ nosotros y mitad pa’ la humanidad. El hecho de que festejemos y pasemos un buen rato no nos omite de tener bien firme la conciencia de que las cosas deben cambiar de ya; así como el ser consciente de ello, no nos hace pecar por pasar un buen rato olvidándonos de los trágicos escenarios de nuestra nación.
“Ser feliz significa poder percibirse a sí mismo sin temor”, diría el pensador alemán Walter Benjamin, a lo que en nuestra situación se complementaría: a percibirnos sin temor de vivir libremente y caminar por las calles del ombligo de la luna.
Fuente: Safety: International Federation of Journalists ()
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