El afecto ha muerto. Las relaciones mas bien son confesiones de que uno o el otro son personas finitas y limitadas. Confesarse es aceptarse como falacia andante. Lo único verosímil es la carne; sí, la imagen de perfil de Facebook, la revista, el comercial de TV o el espectacular, que cumplen con una metodología absurda: para la mujer, basta que posea un cuerpo delgado (y la gran mayoría no vacilará en auto-cosificarse, mostrando sin escrúpulos toda la cantidad de carne que puedan, importando poco que tengan los senos como magnolias y los glúteos aplanados -diría el imaginario cosificador-); para el hombre, es suficiente un poco de músculos y que sus facciones se asemejen al artista, actor o ‘millenial symbol’ de moda (la táctica-Instagram es infalible para ambos géneros, uno puede negar sus raíces originarias para clonarse en un espécimen eurocéntrico). No es asombro que los gimnasios, tiendas de ropa y bares tengan más clientes frecuentes que las bibliotecas.
El cuerpo se disuelve como polvo biológico, es infecundo; ¿cuál es la inquietud de quienes lo usan para ganar likes, seguidores y atención en sus fotos virtuales?, ¿y por qué el ejercitar la psiqué, el intelecto, las experiencias y el ego-altruismo son sinónimo de un salario mínimo? Y eso no queda allí, sino que trastoca también a las personas “en conciencia”; militantes de la nada y añoradoras del todo. Compadezco su inconsciente cosificación acompañada de posts y discursos anti-todo. La falta de voluntad y herramientas de acción llevan a uno a arrastrase por los suelos y como en comercial de madrugada, mostrarse como objeto para recibir un poco de atención.
Lo anterior no es relevante, sólo risible. Ahora sí que el pensamiento reflexivo y teatral de los últimos spots de Peña Nieto para su 4to Informe de gobierno: “lo bueno casi no se cuenta, pero cuenta mucho” debería trastornar nuestra vida con el mismo ardor que el individuo-cosa siente en sus genitales para enviarle el primer mensaje de Facebook a su ‘ligue’. La inocencia de la atracción es ahora la careta de un grito de liberación que necesita el ser moderno para sentirse un poco más ‘tranquilo’. Que el “¿cómo estás?” o el “¿qué haces?” se transformen en una contrato mutuo de afinidades y proyectos más allá de la escuela o el trabajo, a esto llamaría Franco Berardi la práctica de “re-erotizar la comunicación social” para refugiarnos de tantos cuerpos, senos, abdómenes y páginas porno que han edificado la cosificación por sobre del valor de lo que “no se ve”. Vivir es ante todo proyectarse ante el sistema-mundo. La cobardía es terrenal.
La profecía visual de Magritte se ha cumplido.
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