Fernando Palomarez fue uno de los combatientes más congruentes y decididos que diera el movimiento magonista. Su rico epistolario nos muestra la lucha que dieron los indígenas y las clases obreras, quienes a través de la autogestión democrática buscaron el respeto de los derechos civiles. Para conocer más de este personaje, reproducimos un fragmento del libro Fernando Palomarez, indio mayo. Epístolas libertarias y otros textos del investigador Alfonso Torúa Cienfuegos [Colección Alforja del tiempo de la Universidad de Sonora, 2016].
En 1886, al Valle del Fuerte, Sinaloa, llegó un grupo de colonos muy singular. Era capitaneado por Albert K. Owen, ingeniero norteamericano que, imbuido en las ideas del socialismo utópico de Charles Fourier, quería formar una colonia socialista en ese lugar. Albert K. Owen, a quien le tocó trazar y construir el ramal del ferrocarril Ciudad Juárez-México, fue amigo personal del presidente mexicano Manuel González y de su homólogo norteamericano William Taft, lo cual facilitó le concedieran el permiso de llevar a cabo su proyecto de colonización. Owen se proponía desarrollar la agricultura en el fértil valle, abrir el puerto de Topolobampo y trazar una línea férrea que uniera Sinaloa con el Oriente de los Estados Unidos, atravesando la sierra de Chihuahua, lo que hoy conocemos como «El Chepe».
Para el año de 1887 se encontraban cerca de 138 colonos distribuidos por diferentes partes del área, pero fueron concentrándose en las cercanías del poblado de Ahome, en una comunidad a la que llamaron La Logia. En ella pronto empezaron a organizar la producción agrícola, como primer paso para futuras actividades. Se cultivaron hortalizas, plantaron árboles frutales, sembraron maíz, trigo, caña de azúcar y algunos forrajes. La producción fue suficiente para cubrir la demanda interna y vender algunos productos en el mercado local.
Además de la agricultura, los colonos criaron animales de tiro y silla, indispensables para el trabajo y las comunicaciones. Desarrollaron actividades artesanales como la construcción y reparación de implementos agrícolas, fabricación de zapatos, así como de loza de barro y porcelana, carpintería, herrería y otras labores. Tuvieron mucho cuidado en la mejora de las técnicas de riego al instalar bombas para irrigar las partes altas del valle.
Sergio Ortega nos describe el sitio donde se ubicó La Logia: era uno de los lugares más hermosos y agradables de la región, con grandes y frondosos árboles que mitigaban los rigores de los veranos sinaloenses. Estaba asentado en la rica vera del río Fuerte, el cual les proporcionaba suficiente agua para uso doméstico y agrícola. La colonia se encontraba, como ya se dijo antes, próxima al poblado de Ahome y de Higuera de Zaragoza.
Por su nivel cultural y su preparación tecnológica y científica, La Logia fue muy superior a las colonias mexicanas asentadas en la ribera del río Fuerte. Entre sus habitantes se contaban muchos profesionistas con marcadas dotes artísticas e intelectuales. Poseían una biblioteca con más de 300 libros y editaban un periódico quincenal; tuvieron un observatorio meteorológico, un club de teatro que representaba obras de Shakespeare, grupos de cultura musical y literaria, así como asociaciones de pomología para el desarrollo frutícola del valle, entre muchas otras tareas.
Una de las preocupaciones de los colonos fue la apertura de escuelas elementales y de nivel medio. Estos colegios desempeñaron una importante labor educativa entre los mexicanos de los alrededores, por la difusión cultural y las estrechas relaciones que fomentaron entre los hacendados y los colonos [Ortega, 1978, pp. 37-50].
La Logia fue muy superior a las colonias mexicanas asentadas en la ribera del río Fuerte. Entre sus habitantes se contaban muchos profesionistas con marcadas dotes artísticas e intelectuales.
En ese ambiente se crió Fernando Palomarez, que sería con el correr de los años uno de los combatientes más congruentes y decididos que diera el movimiento magonista. Palomarez nació el año de 1887 en Buena Vista, Sonora, y fue bautizado en Álamos. Era hijo de una indígena mayo y un aventurero portugués que nunca se ocupó ni del niño ni de la madre. A los pocos años de nacido, su progenitora murió de inanición por lo que Fernando fue adoptado por su padrino, quien trabajaba para los colonos norteamericanos de La Logia. Fernando, con solo siete años de edad, ayudaba en las faenas del campo: llevaba a pastar a las vacas, acarreaba agua, juntaba leña y otros trabajos propios de la agricultura y la ganadería.
Mientras estuvo en La Logia, Fernando dormía con su tío Lázaro Gastélum, quien le enseñó a leer y a escribir español. Palomarez, al igual que muchos niños indígenas y mexicanos, asistía a las escuelas que los colonos fundaron en La Logia para sus hijos. Allí tuvo un maestro ruso, luego un alemán, y aprendió, además del idioma inglés, rudimentos de varios oficios que le servirían en los años venideros.
Fernando permaneció en la colonia hasta que ésta se disolvió a causa de diferentes problemas en los que imperó la sobrepoblación. El plan, diseñado para cerca de doscientas personas, pronto se vio ocupado por cientos de individuos de distintas partes de Estados Unidos y Europa, de ahí los problemas de abasto y espacio. Al concluir el proyecto, Palomarez se fue a Los Mochis, donde se empleó en la compañía Aguila Sugar Refining, allí se ganó la confianza de sus jefes. Luego trabajó con Lázaro Castro, millonario hijo de Serapia Ochoa, una mujer que condensaba mucho poder. En dicho lugar, laboró como empleado de la tienda de raya, tomador de tiempo e intérprete gracias a su conocimiento del español y del inglés.
Palomarez, al igual que muchos niños indígenas y mexicanos, asistía a las escuelas que los colonos fundaron en La Logia para sus hijos. Allí tuvo un maestro ruso, luego un alemán, y aprendió, además del idioma inglés.
En esos años y siendo muy joven, 14 o 15 años de edad, vio algunas copias del periódico El Hijo del Ahuizote, publicación satírica antireeleccionista que editaba el periodista Daniel Cabrera en la Ciudad de México. Después le tocó leer el primer número de Regeneración y se enteró de la aprehensión de sus editores y la incautación del equipo de trabajo del periódico. Fernando se convirtió en corresponsal y distribuidor de esos órganos y otros como El Desfanatizador que editaba Alfonso Cravioto en Pachuca, Hidalgo.
Cuando Camilo Arriaga convocó a un congreso liberal en San Luis Potosí a principios de 1901, Fernando fue electo como delegado del grupo que se formó en Sinaloa, pero no pudo asistir por falta de fondos. No obstante, ayudó al doctor Jesús María Elizondo a formar otros grupos liberales en esa parte del país; por invitación del propio Elizondo se inició en la masonería. Durante esos días hubo elecciones para gobernador en Sinaloa y Fernando participó apoyando a Estanislao Buelna, quien contendió frente al sempiterno gobernador Francisco Cañedo, que se había perpetuado en el poder junto a Porfirio Díaz. Buelna ganó las elecciones, pero Porfirio Díaz intervino para provocar un fraude y amenazó de muerte al candidato opositor, además, le envió un telegrama instándolo a abandonar el país.
Por su parte, el espurio gobernador Cañedo emprendió una campaña en contra de los opositores y Fernando huyó a Cananea, Sonora, ya que de ser aprehendido sería sometido al sistema de leva, es decir, el ingreso forzado al ejército para combatir a los yaquis que se encontraban en guerra contra el gobierno mexicano.
En Cananea, Fernando primero trabajó con el pico y la pala y después lo hizo en la oficina de correos. En ese tiempo siguió en contacto con los hermanos Flores Magón y otros miembros del Partido Liberal Mexicano [PLM] que se encontraban autoexiliados en Estados Unidos para organizar un levantamiento armado programado para septiembre de 1906. Fernando los siguió a principios de 1905, comisionado por la Junta Organizadora del PLM como Delegado Especial para actuar en Sonora. Antes de llegar a ese estado, con Juan Olivares editó el periódico El Defensor del Pueblo en la población de Tucson, Arizona, en los mismos talleres donde se publicaba The Border, que hacían los socialistas Ethel Dufy Turner, John Murray y Elizabeth Trowbridge. El Defensor del Pueblo fue clausurado y sus editores se dedicaron a cumplir otras misiones revolucionarias entre las que se encontraban la distribución de Regeneración y ganar adeptos para su causa.
A principios de 1906, Fernando Palomarez volvió a Cananea con el fin de hacer trabajos de divulgación y reclutamiento de combatientes. Ahí trabajó entre miembros de las logias masónicas y fue nombrado caballero por la Logia No. 6 de ese mineral. Gracias a sus conocimientos del inglés y de contabilidad, Fernando consiguió un empleo en la tienda de raya y allí lo sorprendió el movimiento de huelga de junio de 1906, donde murieron muchos obreros y se desató una represión que llevó a la policía a realizar arrestos y cateos de los cuales salió a relucir el complot revolucionario. El nombre de Fernando apareció en las listas y fue requerido por el mismo gobernador del estado, Luis E. Torres, quien envió varios telegramas urgentes a Cananea solicitando la aprehensión inmediata de Fernando: «deténgase y catéese minuciosamente a un joven indio mayo de 19 años de edad de nombre Fernando Palomarez y que trabaja en la Tienda de Raya», rezaba uno de ellos. Pero Fernando tenía amistades que lo previnieron de su arresto: Asunción Barras, jefe de la oficina de Correos donde Fernando había trabajado, le dio aviso del pedimento del gobernador Torres. Muchos años después, Fernando Palomarez le dijo a Ethel Duffy Turner que aparte del jefe de correos fue el propio presidente municipal, Filiberto Barroso, quien le proporcionó ayuda para que se fuera de Cananea antes de que lo arrestaran. Tanto el apoyo del jefe de Correos como del presidente municipal se debieron a su filiación masónica.
Una vez advertido por sus amigos, Fernando tuvo que salir de inmediato de Cananea sin sus pertenencias, sin ropa ni dinero, además, dejó a una joven con quien estaba comprometido en matrimonio y a la que nunca más volvió a ver. Fernando primero se ocultó en el rancho La Escondida, propiedad de unos camaradas, y después se internó en los Estados Unidos de Norteamérica.
En realidad, los trabajos que hacía el PLM en Cananea y en otros puntos de Sonora y el país no estaban encaminados a realizar huelgas, como ya lo mencionamos. Las instrucciones recibidas eran fomentar entre los trabajadores la idea de llevar a cabo un levantamiento armado, programado para septiembre de ese año, con el fin de derrocar al gobierno de don Porfirio Díaz. Sin embargo, durante los acontecimientos de la huelga obrera, fueron muchos los magonistas que participarían en ella: Fernando Palomarez, Pedro Ramírez de Caule, José María Leyva, Antonio de P. Araujo, Plácido Ríos y Gabriel Rubio, entre otros.
Cuando Fernando se encontró en Estados Unidos, específicamente en la ciudad fronteriza de Douglas, Arizona, viajó de trampa en el tren carguero hasta San Luis Missouri, en donde tenía la esperanza de reunirse con Ricardo Flores Magón. Sólo encontró a Manuel Sarabia y a Librado Rivera, pues Ricardo se hallaba en Canadá, huyendo de la persecución policiaca que los gobiernos de E. U. y México ejercían sobre él.
Manuel Sarabia y Rivera se encontraban en esos momentos editando Regeneración y el Programa del Partido Liberal Mexicano. Palomarez tomó cuanto de éste material pudo llevar y salió a recorrer varias ciudades de los Estados Unidos y México, dejando tras de sí una estela de polvo, como él mismo solía decir [1]. En 1907 fue enviado a reconocer el territorio de Baja California con el fin de organizar grupos que apoyaran la revolución y hacer trabajo de inteligencia [2].
En mayo de 1908, Fernando se encontraba en Los Ángeles, California, donde junto con su antiguo amigo Juan Olivares editaban el semanario liberal Libertad y Trabajo, cuyo objetivo era transmitir el mensaje de la Junta al pueblo mexicano. Libertad y Trabajo apareció después de los sucesivos cierres de los periódicos Regeneración y Revolución. La mayor parte de los textos era escrita por Ricardo Flores Magón, quien se las ingeniaba para sacar sus artículos de la prisión de Los Ángeles, mismos que luego aparecían en las páginas del semanario y de otros órganos. Los artículos de Ricardo se publicaban en la prensa libertaria firmados por diferentes personas, entre quienes se encontraban su compañera María Talavera y su hija Lucía Norman, Enrique Flores Magón, o bajo distintos nombres de los muchos combatientes que habían caído luchando contra la dictadura de Díaz [3]. A la vez de fungir como director de Libertad y Trabajo, a Palomarez le tocó desarrollar otras tareas como la de conseguir testigos a favor de los liberales detenidos en los Estados Unidos y la de distribuir propaganda por varias ciudades fronterizas. Con instrucciones de Ricardo salió a Denver, Colorado, a conferenciar con los dirigentes de la Western Federation of Miners y ayudó a John Kenneth Turner, que por esos días se encontraba escribiendo su libro México Bárbaro [4].
Libertad y Trabajo tuvo una efímera existencia, pues dejó de editarse en junio de 1908, ya que Fernando tenía que salir inmediatamente para México, a poner sobre aviso a los grupos de Sonora y Sinaloa de un próximo levantamiento armado. Palomarez era un profundo conocedor de la zona y contaba con la simpatía de indios yaquis y mayos [5].
Cuando entró al estado de Sonora, fue detectado por la policía norteamericana y fieramente perseguido en ese estado y en el de Sinaloa. Alertado por un viejo conocido de Cananea que se encontró en una calle de Guaymas, salió rumbo a Ahome, Sinaloa, y después a la capital de la República sin tener la oportunidad de desarrollar su trabajo.
En 1910, Fernando Palomarez y Pedro Ramírez de Caule fueron los agentes del PLM encargados de preparar la insurrección en Baja California. En esos trabajos fueron respaldados por un indio tarahumara llamado Camilo Jiménez. Arriesgadamente, recorrieron todo el territorio y reunieron información sobre caminos, aguajes, lugares de aprovisionamiento y trazaron mapas que requerían las fuerzas revolucionarias [6].
El 29 de enero de 1911, un grupo de 17 revolucionarios atacaron y ocuparon Mexicali. Fernando Palomarez, Caule y Jiménez dirigieron las operaciones militares, pues eran ellos quienes conocían mejor el terreno, además, contaban con el nombramiento de delegados especiales del PLM en la zona. Los liberales avanzaron sobre Tecate y Tijuana; permanecieron en el estado de Baja California por espacio de 6 meses, hasta que lo abandonaron cuando fueron derrotados por las fuerzas maderistas comandadas por Celso Vega.
Durante el otoño de 1911, Ricardo Flores Magón envió a Palomarez a Chihuahua a organizar un ejército revolucionario y ayudó a preparar en Casas Grandes la división conocida como Abanderados Rojos, que más tarde se uniría a Pascual Orozco. Los Banderas Rojas fueron organizados en casa del Profesor Efrén Franco en El Paso, Texas. El día 2 de diciembre de 1911, la vivienda fue rodeada por la policía montada de Texas. El capitán J. H. Rodgers, oficial de alto rango en el ejército de los Estados Unidos, y Abraham Molina, jefe del servicio secreto de Francisco I. Madero, en El Paso, entraron a la casa y detuvieron a su dueño y a otras personas que se encontraban con él. Palomarez fue arrestado en otro domicilio y fue conducido, con una bola de fierro asida a una de sus piernas, a la cárcel de El Paso. En el curso de su proceso pronunció un discurso sobre la justicia en la «Tierra de la Libertad», Estados Unidos. Fue condenado a purgar una pena de un año con un día en la prisión de Leavenworth. En febrero de 1913 recobró su libertad y contrajo matrimonio con la hija del Profesor Efrén Franco, Basilisa, a quien apodaban la Coronela y que ayudó por muchos años a Palomarez a organizar grupos de obreros en Los Ángeles y otras poblaciones de Baja California [7].
En 1913, Palomarez y su esposa se trasladaron de nuevo a El Paso para ayudar a Jesús María Rangel a organizar grupos de guerrilleros del PLM, con el propósito de lanzarse una vez más a la lucha armada, pero al ser descubiertos por la policía de Texas, varios de ellos fueron asesinados y otros arrestados cuando quisieron huir. A este grupo se le conocería como los Mártires de Texas [8]. Palomarez, quien en esta ocasión había burlado a la policía, se trasladó a Los Ángeles donde colaboró con organizaciones como el Partido Socialista de Obreros, El Club de Ciencias Sociales y el Socialist Party. Por esos días las condiciones de trabajo de los liberales eran muy precarias, pues sufrían muchas penalidades y persecución.
En 1919, Ricardo Flores Magón, además de seguir escribiendo para algunas publicaciones, sostenía correspondencia con revolucionarios de todo el mundo; Lenin fue uno de ellos. Por esa época, Palomarez, que se encontraba en El Paso, servía como emisario entre Ricardo y sus correligionarios. «Las cartas que le remitió a Lenin seguían un largo y fascinante itinerario. Eran enviadas a Palomarez quien las entregaba a un ferrocarrilero de Ciudad Juárez. De ahí eran transportadas a la ciudad de México, en donde las recogía una persona de confianza y las llevaba a Veracruz, para entregarlas a un marinero que las transportaba a Buenos Aires y de ahí a Rusia» [9].
En 1922, año en que Ricardo Flores Magón murió, Fernando se encontraba en un hospital de Los Ángeles, curándose de una vieja herida en una pierna. Allí fue avisado de la muerte de Ricardo y la intención que Enrique Flores Magón tenía de incinerar el cadáver y luego entregar las cenizas a los liberales norteamericanos para que fueran esparcidas en el mar. Pese a las molestias físicas que sufría, abandonó el nosocomio para entrevistarse con María Talavera, la compañera de Ricardo, con el fin de tratar de evitar que sus restos fueran cremados y lograr que fuera sepultado en territorio mexicano. Gracias a compañeros de diferentes organizaciones y con la ayuda de la rica heredera de Chicago, Kateleen Gertz, juntó 800 dólares para comprar un cajón de bronce y realizar los trámites necesarios para trasladar el cadáver de Ricardo a México [10]. Este último pasaje de la vida de Fernando Palomarez nos da una idea del aprecio que tenía a Ricardo Flores Magón. Fue uno de sus más fieles compañeros, siempre estuvo dispuesto a obedecer sus órdenes y ningún sacrificio era obstáculo para llevar a cabo un ideal que los hermanaba, el de una sociedad anarquista en la cual la miseria y las desigualdades sociales no existieran. Palomarez solía afirmar, mucho tiempo después de que Ricardo muriera, que él seguía estando bajo sus órdenes y que nunca se había dado de baja en el ejército libertario. Palomarez no fue un teórico destacado, pero era leal, valiente y un consagrado liberal [Ibid, p. 169], y está a la altura de combatientes como Práxedis G. Guerrero y Jesús María Rangel.
Fernando Palomarez nos da una idea del aprecio que tenía a Ricardo Flores Magón. Fue uno de sus más fieles compañeros, siempre estuvo dispuesto a obedecer sus órdenes y ningún sacrificio era obstáculo para llevar a cabo un ideal que los hermanaba, el de una sociedad anarquista en la cual la miseria y las desigualdades sociales no existieran.
Según Librado Rivera [considerado la autoridad moral del PLM después de la muerte de Ricardo Flores Magón], con la derrota del magonismo Palomarez se convirtió en la memoria histórica del movimiento liberal y, por lo mismo, fue consultado por viejos magonistas como Blas Lara, Nicolás T. Bernal, Ethel Duffy Turner y John K. Turner, para que les proporcionara información del movimiento que históricamente reconstruían [11].
Sus últimos años
Fernando, ya viudo por mucho tiempo, se dedicaba a un trabajo que conoció desde sus primeros años como revolucionario: la venta de revistas, periódicos y libros, en un puesto localizado en una calle de Los Ángeles. En 1949 fue atropellado por un automóvil resultando gravemente herido [12]. El accidente lo imposibilitó para poder ganarse el sustento diario y su vida se prolongó hasta el 10 de diciembre de 1951, fecha en que dejó de existir.
No fueron pocas las oportunidades que Fernando tuvo para poder vivir cómodamente. La preparación que recibió en las escuelas de la comunidad socialista de Sinaloa, en donde se había criado, lo hacían una persona muy adiestrada en diferentes artes y ciencias, lo mismo que en el dominio de diferentes lenguas, ya que además del yaqui y mayo, sabía español e inglés, amén de ser un diestro bailarín y un excelente cantante. Fernando Palomarez confió a Ethel Duffy Turner que en 1912, cuando Madero mandó a Juan Sarabia y Jesús Flores Magón a conferenciar con Ricardo para convencerlo de que aceptara un alto puesto en la administración de Madero a cambio de que dejara la lucha, Sarabia le había ofrecido un puesto a él también con la condición de que abandonara a Ricardo y a sus ideas.
Fernando Palomarez siguió firme a su ideario como nos lo demuestra la correspondencia que sostuvo con sus antiguos correligionarios hasta el día de su muerte. En las cartas podemos apreciar que el fervor revolucionario no menguó por fuertes que fueran las adversidades. Las cartas que aquí presentamos, denotan la seria confianza de Fernando en que la memoria histórica no olvidarían ni ocultarían los episodios gloriosos de esa parte de la historia mexicana como lo podremos comprobar con la lectura de este epistolario.
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[1] Duffy-Turner, 1960, p. 92.
[2] Turner, 1981, p. 2.
[3] Turner, 1960, p. 161.
[4] Turner, 1981, p. 50.
[5] Ibid, p. 50.
[6] Torres-Parés, 1990, p. 93; Duffy-Turner, 1981, p. 2.
[7] Duffy-Turner, 1960, pp. 287-288.
[8] Hernández, 1984, p. 196; 1993, p. 123.
[9] Hernández, 1984, p. 201.
[10] Duffy-Turner, 1960, p. 341.
[11] Alcayaga, fotocopias de un trabajo inédito.
[12] No fue el único caso de este tipo de «accidentes». Otros magonistas como Librado Rivera, Esteban Méndez y Jesús María Rangel también los sufrieron. ALCAYAGA, Aurora Mónica, trabajo citado en la anterior nota.
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