Luis Godoy
Era julio de 2007 cuando me invitaron a una tertulia con Salinas de Gortari, nada menos que en su casa en el sur de la Ciudad de México. Eran épocas universitarias y acepté la invitación por curiosidad y casi como infiltrado (la verdad nunca supe por qué me convocaron). La cita era privada y se pedía, cito el correo: “estudiantes de entera confianza; con un sentido crítico sobre el acontecer mexicano y del mundo; con responsabilidad social, y con un compromiso de debate respetuoso.” Los únicos requisitos eran vestimenta formal (traje, naturalmente) y haber leído su último libro: La Década Perdida 1995-2006: Neoliberalismo y Populismo en México.El libro y aquella reunión merecen un texto aparte: los simbolismos, la excentricidad del poder, la propia biblioteca donde nos recibió… Todo alrededor del ex presidente es motivo de páginas de análisis, pero me ocuparé de otra cosa. Aquella vez fue uno de mis primeros acercamientos a la cultura del joven priista.
Todos los conocemos (probablemente eres uno de ellos), pero muchos no los hemos entendido, en parte porque se han esforzado poco por explicarse. Lo cierto es que es más claro cuando un joven se auto determina en los espectros tradicionales de izquierda o derecha. Desde la ciencia política hasta la neurociencia han estudiado la orientación ideológica de los jóvenes—pueden ser los genes o la educación que reciben, pero es relativamente explicable cuando un joven se enfila con ciertas ideas para después militar en un partido. Pero el caso mexicano tiene sus particularidades. En el juego del centrismo político y de la persecución temprana del poder se encuentra la que pienso es una de las mayores incógnitas del sistema político: el joven priista.
¿Cuál es el universo de motivos para sentirse atraídos por el PRI? ¿Es un simple pragmatismo político? ¿Es una remembranza a los viejos símbolos? ¿Es un confuso nacionalismo? ¿Es acaso una sumisión a la herencia ideológica de sus padres y abuelos? ¿O es un auténtico convencimiento a una ideología de partido?
El PRI como partido y como fenómeno de masas ha sido ampliamente estudiado (a pesar de que el PRI del sigo XXI comienza a tener su propia historiografía, que se distingue enormemente a la del PRI del siglo XX). Lo que pocos académicos han estudiado son los motivos de sus militantes juveniles, su reclutamiento—aunque esto ha sido un poco más interesante para algunos académicos; si les interesa, lean a Roderic Ai Camp— y la forma en que aglutinaba y aglutina a sus novatos.
En muchos de estos estudios, la pregunta central es cómo ha logrado el PRI preservar el poder electoral y la representación política que sostiene. Ya hemos escuchado como posible explicación al corporativismo, la estructura territorial, la forma en que gobierna localmente, la compra y venta de votos, etc. Pero poco se ha escuchado del fenómeno de jóvenes que, en su amplio espectro social, deciden volcarse al priismo. Entender el rol histórico que han jugado las juventudes del PRI es una de las claves para entender las relaciones de poder en México.
Estudiar al Pueblo PRI
Se empieza por repasar a González Casanova y Cosío Villegas, si se aventura uno a tratar de desmenuzar al PRI. Pero cuando se trata de leer sobre el PRI, prefiero a Zaid y Monsiváis. Por su tono ameno y sarcástico, y porque hasta donde sé fueron los únicos pensadores mexicanos que se atrevieron a escribir estructuradamente sobre la posible inmolación del partido autoritario.
En Escenarios sobre el Fin del PRI (1985), Zaid explica 4 posibilidades sobre el futuro del Revolucionario Institucional, según él conocidos pero inverosímiles e ilusorios: Uno. La originalidad del sistema mexicano permitirá que el PRI dure eternamente. Mejor ni pensarlo. Dos. Habrá un golpe de estado. Improbable, pero si sucede ellos mismos lo darían, es posible que ni puedan. Tres. Habrá otra revolución. Jamás. La revolución está en movimiento, como México ahora, revolución no crea revolución. Cuatro. Surgirá un ayatola contra la corrupción. Como lo leen. Eso escribió Zaid en 1985, imaginando ese último escenario como irreal. Es serio, incluso cita y da crédito a Ayala Anguiano que lo escribió en 1982 en su libro Cómo podría perder el PRI (si alguien lo tiene por ahí, préstelo). No quieren leer lo que dice después, por qué pensaba que era imposible y cómo sería si surgiera un poder que “limpiara” desde arriba.
Entre la profecía y el análisis Zaid escribe: “Resulta extraño que se haya escrito unaAntropología de Hollywood, pero no una Antropología del PRI”. Es cierto, el PRI es un pueblo, o acaso deberíamos de entenderlo como una etnia. Como sea, hay que tomarle la palabra a Zaid y usar todas las herramientas científicas para abordarlo integralmente. Su propia antropología es necesaria, pero diría que antes, o de pasada, necesitamos una antropología de eso otro que son sus mozos.
Me explico. No es lo mismo entender la chispa inicial de los cerebros moldeables de jóvenes, que las carreras profesionales de viejos animales políticos. Quizá hasta sea más sencillo explicar la población total del PRI, vía sus primerizos, que por las características y motivos políticos de personas tan complejas, como Roberto Madrazo, Humberto Roque Villanueva o Beatriz Paredes.
Sin embargo, escribo decepcionado, tengo la impresión que dejó de estar de moda entre los estudiosos de lo político (otra tribu que merece su antropología) escribir sobre el PRI. Me imagino que eso se debe a que dejó de ser trendy el estudio de la filosofía de lo mexicano, o la psicología del mexicano. Ni liberales, ni marxistas voltean a ver al despintado pueblo PRI que nos dio país, y nos sigue dando patria después de la transición (¿qué es eso?).
Peor aún, resulta que a pocos les ha interesado el fenómeno masivo de jóvenes que en plena democracia deciden usar su ficha de movilidad social llamada PRI. ¿Verdad que no es tan fácil y unívoco? Por eso debería de haber libros, compilaciones, papers, seminarios e incluso una clase en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de nuestro otro pueblo, UNAM, que se llamara: Construcción histórica, procesos y formación de las juventudes priistas.
La Ideología Extraviada
Durante esa mañana de julio del 2007 presencié y vi en activo al mayor y seguramente único intelectual del pueblo PRI de estos días. Si piensan que ya pasó mucho tiempo, lean o vean a Salinas hablando recientemente en el Mexico Summit de la revista The Economist (6 de noviembre, del 2015). No ha cambiado en nada. Sus argumentos y lo que transmite es lo mismo desde que implementaba lo que según algunos era el liberalismo social. Pero ni lo social, ni lo liberal son los estandartes del intelectual priista. El valor que se porta con maestría es la ambigüedad.
El cantinfleo es priista. Es algo de origen, y en efecto es cultural. Pero en el cantinfleo político no se muestra a un barrendero en la Santa María la Rivera vestido trapos. No, se muestra a un Doctor en un impecable traje Hugo Boss saliendo de su oficina de Insurgentes Norte en un Mercedes Benz, seguro en su cantinfleo, con un par de frases circulares dependiendo del ciclo económico del momento. Rodeos al final. ustedes mismos.
No siempre fue así. El PRI del siglo XX tuvo pensadores que no fueron ambiguos, Reyes Heroles no lo era. Pero que alguien me avise si en la actualidad hay otro intelectual auténticamente priista. Si prefieren, no les llamaré intelectuales (ya suena muy feo eso), pero estamos de acuerdo en que se requieren personas que se hayan dedicado a reflexionar lo público para que luego se pueda instrumentar algún tipo de proyecto. ¿O acaso se hace política pública en la espontaneidad?
La ambigüedad se combina con otro valor muy importante para el priismo: la improvisación. El centro político lo permite. En el pueblo PRI algunos piensan que el centro priista existe, aunque en otros lados no los ven así, e incluso la mayoría de ellos no se comprenden de esa forma. En una encuesta de Reforma en el 2007, se preguntó: En su opinión, ¿el PRI debería ser una opción política de…? De la población en general el 49% lo ubicó como centro-derecha, el 25% como centro-izquierda, el 8% en ninguna de las dos, y el 18% respondió que no sabía. Entre los priistas respondieron que el 68% lo consideraba de centro-derecha, el 9% de centro-izquierda, el 5% dijo que ninguno de los dos, y el 18% que no sabía. De entrada, parecería claro: las poblaciones juveniles del PRI se sienten identificados por pensamientos que rondan en el espacio político de la derecha. La realidad es que no es así. Una breve inspección a sus organizaciones juveniles y sus documentos nos dicen lo contrario y dan la primera pista: en el pueblo PRI hay muchos pueblos.
El PRI tiene en sus filas no una, sino varias formaciones juveniles de muchas ideologías. Estafragmentación es una de las explicaciones del tamaño del fenómeno. De la Red de Juventud Popular de la CNOP hasta la moderna Red de Jóvenes por México, pasando por la Juventud Territorial, hay harto número de organizaciones con documentos propios que usan palabras que si se juntan son discordantes. Cuando se repiten lugares comunes y palabras sin base, se improvisa.
Son tantas que se siente complicado que su presidente, Beltrones, conozca a todas. Si los que miden y se interesan por el tercer sector en México (el mundo de las organizaciones de la sociedad civil) tomaran en cuenta estos organismos, tendríamos niveles de participación cívica similares a los de Estados Unidos. Capital social hay, nadie lo podría negar. Y aquí podría venir otra de las explicaciones de su impacto: la capacidad para lograr comunidad.
En esta diversidad se comprende la ambigüedad y poca uniformidad en el pensamiento de un joven priista. Pero no malinterpreten, con esto deberían de sentirse orgullosos. En el pueblo PRI sus jóvenes no están centralizados, olvídense de la falsedad de la unión y el consenso, su naturaleza y éxito en gran medida es por que han comprendido bien su federalización.
Sin embargo, entre su variedad se va fácilmente de lo enriquecedor a lo patético. Sus modos y concesiones a varios pecados, lastiman su creación de comunidad y definen a la especie de joven que motiva este texto.
La Política de las Formas
¿Qué sería de los jóvenes priistas sin sus formas? La fachada es importantísima y tiene todo que ver con el poder. En la persecución a él, observamos su oratoria, vocabulario, pose, alabanzas, incluso su humor, por supuesto machista (habrá sus excepciones). El culto al poder define la estética del pueblo PRI, y esta estética moldea el fondo de sus jóvenes.
Creo que esto es lo que menos comprendo. Cuando se convierten en políticos pequeños, adolescentes llegando a tremendas negociaciones, niños formalísimos logrando acuerdos. Lo más raro es que esta actitud es aceptada por sus viejos. No les ponen un alto. Pero se entiende esta personalidad gusta; y no sólo eso, también premia.
La fascinación superficial por el poder los acerca peligrosamente a la política del estatus. En la juventud del PRI, se aprueban los elitismos. Sus desigualdades internas son notorias—quién podría negar el influyentismo y el amiguismo. Ante la mínima provocación, se cede con el privilegio y se calla.
He aquí otra característica fundamental del joven priista: el silencio hacia fuera y hacia dentro. Su estética reduce la autocrítica. ¿Cuántas renuncias han visto? ¿Cuántos jóvenes indignados al interior han levantado la voz ante un malhecho? ¿Cuántos les han respondido a sus viejos? Pocos. Los que les aplauden le podrían llamar disciplina, pero bueno, reconozcámoslo: callan muy bien. Como dijo Elenita: Fuerte es el silencio. Para corroborar esto lean el número de Nexos de diciembre del 2015, donde se publican una serie de ensayos sobre el silencio de los Pinos.
Conforme desarrollo mi entender del joven priista, me convenzo de que el emblema histórico del priismo juvenil es Peña Nieto. No importa cuántas canas tenga, reproduce fielmente la cultura de los jóvenes de las chamarras rojas. Su ambigüedad, improvisación, mutismo y la forma en que abraza la superficialidad lo convierten en el perfecto ejemplo de las juventudes del PRI.
Este texto es apenas una provocación para de verdad tener una antropología de estas poblaciones. Hay que decir que exceden al PRI. Esta cultura juvenil se ha expandido en otras organizaciones políticas. Sin embargo, es al interior de este partido donde sostengo que se han convertido en un místico motor que hace funcionar al sistema. Estoy convencido que cuando deduzcamos la identidad de los jóvenes priistas en congruencia con sus acciones y formas, entenderemos al mismo tiempo lo más profundo de la política mexicana.
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