La guerra de clases: Ser la parte sin parte de la realidad social

Héctor Chiñas (Bloque Libertario Prepa 9)

Son multiplicadas, en el mundo globalizado y en la boca de todos esos prominentes y elevados politólogos (oficiales y de Facebook), las voces que rescatan una de las ideas más idealistas y utópicas (verdaderamente utópicas) en el léxico del pensamiento: la colaboración y la unión entre las clases. Aquellos que lo mencionado portan como bandera suelen etiquetar de superada la teoría de la guerra de clases y, en general, de superado el marxismo, y entienden la libertad, o, mejor dicho, su libertad compatible con aparatos ajenos a la sociedad, con el Estado, con las cadenas; tan sólo les hace falta decirque están a favor del contrato social hobbesoniano, porque ahora, por lo menos en el caso de muchos de estos eminentes y elevados politólogos, existen simpatías con los sistemas fascistas (principalmente con el que alguna vez alzó un hombre de apellido Hitler en Alemania y que, con el más de los descaros, se atreven a ensalzarlo… ¡de socialismo auténtico!).

Sencillamente, el marxismo ha trabajado desde 1840 y pico todas estas cuestiones, partiendo de un auténtico análisis de la naturaleza, procesos e historia de la sociedad y de los hombres, y no de dioses inexistentes o ‘leyecitas’ del más fuerte. No es mi objetivo descubrir algo, porque eso ya lo han hecho los maestros, sino que, partiendo de las lecciones que nos ha dejado el novescientos y lo poco que llevamos del siglo XXI, demostrar que estos descubrimientos y postulados aún tienen vigencia, al contrario de lo que dicen los elocuentes críticos ‘starbucksequeros’ que tachan de superado al marxismo y, en muchas ocasiones, no tienen ni la más mínima idea de qué es en realidad.

Principalmente, la cuestión de la guerra de clases es algo que hoy en día a mucha gente le aterra, ya que, en la ignorancia de lo que alguna vez expusimos y postulamos, le evoca la idea de muerte bélica, odio irracional e, incluso, de la más risible de las formas, de resentimiento a la clase pudiente [1], cuando la existencia y dinámica de las clases sociales es producto de la división del trabajo y su desarrollo a lo largo de la historia. Considerando que este desarrollo de la división del trabajo dentro de la propiedad privada aliena y especializa a los distintos sectores sociales a la ejecución de una única función en el proceso social de producción, es de esperarse que los miembros de tal o cual sector sean asignados por el orden superior a un determinado lugar de la sociedad y, entonces, desarrollen tales relaciones ideales a partir de sus condiciones materiales de vida. Esto bien nos indica que sus condiciones materiales de vida son la base, no sólo de los sueños y aspiraciones de cada miembro, sino que también de los objetivos generales de cada clase, la naturaleza de las clases.

Un paso crucial en el estudio y desarrollo de la guerra de clases es, entonces, la identificación de los fines de existencia de las clases sociales. Los fines de existencia de clase son las condiciones por las cuales una clase social es; estas condiciones son el fundamento material de los intereses de clase. Y para definir esas condiciones debemos identificar la función de la clase dentro del proceso de producción de la vida material y, por tanto, su objetivo material como clase. Tomaremos el ejemplo de la clase campesina. Su función dentro de la producción es el cultivo del más básico sustento de vida de los hombres: los alimentos, ya sea en forma de vegetales (frutas, légumes, granos) o en forma de animales. Su vida y función en el campo hace que el que se dedique al agropecuarismo tenga como objetivo material la alimentación, y esto lo hace miembro de la clase campesina. [2]

Esto mismo ocurre con todas las demás clases y resuelve el problema de la naturaleza de las clases, por lo que se puede pasar al análisis de su dinámica, que es el origen real de la guerra de clases.

La dinámica en la sociedad es la lucha entre la clase que ostenta el aparato estatal y las clases gobernadas, que portan como vocera a aquella clase que por su naturaleza no puede desarrollarse más en el actual modo de producción y queda sin cabida en el sistema, esto es, la parte sin parte de la sociedad, como la ha llamado el esloveno Slavoj Žižek.

La toma del aparato estatal viene acompañada de la presentación de los intereses particulares de una clase como intereses generales, comunes a las demás clases, en pos de la conformación de relaciones ideales acordes a la base material de una etapa determinada de la sociedad.

Un libre desarrollo de las fuerzas productivas proviene de la presentación de un verdadero interés general de la sociedad a partir de la toma del aparato estatal por las clases populares. Entonces, ¿cómo identificar el auténtico interés general y, sobre todo, qué hace de las clases populares clases populares? La respuesta se halla, precisamente, en el tópico de los fines de existencia de las clases.

Los fines esenciales deben ser aquellos que atiendan a las premisas reales de la sociedad y la historia, es decir, a la producción material de vida. Los fines con esta naturaleza, que denominaremos los fines sociales, engloban el verdadero interés general de la sociedad.

La producción material de vida comprende la alimentación, la vivienda, la industria y el comercio. El desarrollo libre de las fuerzas productivas en estos campos de la sociedad, de la vida, es el verdadero interés general de la sociedad.

De esta forma, el campesinado, los pescadores, los obreros de todo tipo, los mineros y los trabajadores del comercio (no confundir con comerciantes), en fin, los trabajadores, tanto en el campo como en la ciudad, al estar abanderados por los fines sociales, conforman las clases populares.

Esto es de capital importancia a la hora de apreciar una toma del aparato estatal por parte de las masas populares, ya que con ello comprenderemos la base de un régimen popular como detonador de la extinción de las instituciones represivas e ideológicas de todo Estado existente. Y es que una clase que se hace del aparato del Estado, como ya he mencionado, debe presentar sus intereses particulares como intereses generales. Una clase que ascienda al poder y que cumpla con la doble condición de ser una clase popular (portar un fin social de existencia) y por su naturaleza hallar una traba en las relaciones de producción actuales para desarrollarse (ser la parte sin parte de la sociedad) tiene la capacidad de establecer unas relaciones de producción tales que de facto eliminen las contradicciones de clase e inicien el proceso de extinción del Estado, al lograr el libre desarrollo de las fuerzas productivas.

Las condiciones hoy están dadas, a pesar de los rasguños auditivos, escritos y mediáticos de personas autoproclamadas intelectuales y críticas que no saben hacer más que etiquetarnos de “chairos” y “utópicos”. Nuestra labor, hoy, es redescubrir las bases de una lucha popular que no sólo se quede en la teoría, sino que se eleve a una efectiva y cada vez mayor praxis combativa, porque, aunque no lo crean, la utopía se construye baldosa a baldosa, hasta convertirla en realidad.


[1] Este es uno de los bastiones argumentativos más recurridos por los modernos nacionalistas y por tictapologistas (o aduladores de las relaciones de producción capitalistas) cuya profesión, además de la ociosidad, es la defensa a capa y espada de las actuales relaciones de producción y de la burguesía.

[2] Existe el caso, sin embargo, de los lumpenproletarios, el cual es difícil de estudiar desde este enfoque, por lo que su caso será dejado en boga.

Publicado el 08 de Julio de 2015 en:

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