Como en todo sistema natural, deben existir códigos visuales y fonemas para comunicarnos de forma más sencilla. Las señales televisivas y las conductas que tanto actores de telenovela como presentadores de shows muestran en ellas, hoy entrelazan más quietud, junto con las redes sociales y los fenómenos virtuales, que comunicación para un verdadero progreso social.
La televisión tiene su historia desde 1925 con el inventor escocés John Logie Baird, posteriormente se dieron las primeras transmisiones en Estados Unidos durante 1930 a través de las cadenas NBC y CBS. Sin embargo, su implementación dentro de la sociedad de mas propició que se redujea a un esquema limitado de programas, cortos comerciales y una cultura basada en la venta de todo lo que se ve en ella. El propósito principal de este artículo es describir el porqué la televisión inmoviliza a la sociedad.
Primeramente, por la comodidad de contemplar al mundo en un aparato electrónico y no de arriesgarnos a conocer, en el rango posible, todo lo que a la sociedad respecta fuera de éste. No es casualidad que el 91% de las familias mexicanas cuenten con al menos un televisor en casa [1].
La creación de una opinión crítica o la lectura de los acontecimientos sociales a través de periódicos y almanaques ha encontrado gradualmente su reemplazo mediante la televisión. ¡Pero ojo!, no hay mucha diferencia entre la orientación ideológica de la prensa y los noticieros de las 10.
Políticamente hablando, para la actual sociedad de la imagen es importante la promoción de programas de calidad y con impacto en la audiencia que promuevan valores “pro” sociales y modelos morales que vayan en la dirección de los ideales constructivos de la ideología dominante o el partido político en el poder. No es raro ver decenas de spots diarios en tiempos de elecciones o cápsulas que promuevan el “orgullo” de pertenecer a tal o cual país.
Karl Popper y John Condry en su libro La Televisión es Mala Maestra mencionan que la televisión puede fascinar al punto de hacer aceptable una dictadura, pues no hay un mundo fuera-de. Todo lo ‘real’ se puede contemplar desde el sillón de la sala.
Ahora, analicemos qué es lo que vende la televisión. La programación generalmente se divide en dos rubros: una mitad para telenovelas, humor, deportes y noticieros, y la otra para comerciales; se venden enfermedades con sus respectivas curas, miles de productos industrializados, el “nuevo” smartphone (que será reemplazado por un nuevo modelo unos meses después), ropa de la tendencia de moda y mil y un más mercancías. Siendo así, el espectador sólo tiene dos opciones: o visualizar el humor, la telenovela, el “noticiero” y el ocio (que son los elementos visuales ilusorios, quimeras, abstracciones) o demandar la compra de lo que posiblemente nunca utilice y dejé botado en el sótano.
La televisión no es una herramienta neutral, sino que destila ideología y, en este sentido, debe ser controlada antes de generarnos dependencia o adicción a ella.
¡La rutina televisiva genera que seamos extranjeros de nosotros mismos!
[1] Según el Censo de Población de Inegi en el rubro “Sistemas de vivienda”. Estas cifras corresponden al año 2010, por lo que para 2016 es posible un considerable aumento.
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