Efectivamente como se plantea Sergio Daniel en el número anterior de “PRESENCIA”, a los anarquistas se nos plantea, en el mundo de hoy, el dilema de “reinventar el anarquismo” o de admitir quedarnos reducidos “a vivir a contrapelo del tiempo y de la Historia”.
Y esto, sin duda, porque no hemos sabido resolver de una manera positiva y práctica el dilema entre eficacia y libertad. Y, por qué no reconocerlo, porque no hemos sabido o querido –en el terreno teórico- renunciar a nuestra negación rotunda del Estado; devenido en el último y gran refugio de las clases y los grupos privilegiados, y de todos cuantos aspiran a un cambio individual de su situación social. Del Estado convertido en instrumento imprescindible e inevitable para el desarrollo histórico de la sociedad humana.
Pero este “reinventar el anarquismo” que, llevado a sus últimas consecuencias, se traduce en un “reinventar la revolución”, también les plantea a las otras corrientes revolucionarias el mismo dilema. Particularmente al marxismo que corre el riesgo, precisamente “por su adaptación al ritmo del tiempo y de la historia”, de convertirse en un movimiento contrarrevolucionario y de simple consolidación de una nueva y superior forma de capitalismo: el capitalismo de Estado.
Las inquietudes, los reproches e inclusive los calificativos con los que Sergio Daniel intenta llamar la atención de los anarquistas sobre esta urgente necesidad de replanteamiento teórico y táctico, no me sorprenden, aunque no en todos los casos los considere ajustados a la realidad. Lo que sí me sorprende es que no se percate, o que no lo afirme con la suficiente claridad, que este replanteamiento teórico y táctico debe ser emprendido no sólo por los anarquistas sino por todos cuantos de verdad se interesan por construir una sociedad en la que el hombre llegue a ser económica, política y sicológicamente libre. Pues la quiebra ideológica o el fracaso táctico alcanza a todos los movimientos que se reclaman de la izquierda. Tanto los evolucionistas como los por definición revolucionarios.
Ahora bien, planteado el problema en toda su dimensión y complejidad, resulta que si el anarquismo debe hacer un esfuerzo “por incorporarse a la Historia en devenir, convirtiéndose los anarquistas en protagonistas de ella y no en simples espectadores frustrados”, los otros movimientos deben hacer aún un esfuerzo mayor para desembarazarse de todas sus flagrantes contradicciones teóricas que, la práctica histórica lo ha demostrado hasta la saciedad, no les han permitido ni les permitirán superar la trágica antinomia que se establece entre el autoritarismo y la libertad.
Creo, pues, que la solución del dilema entre la eficacia y la libertad debe buscarse en otro terreno que el señalado por Sergio Daniel. No es el análisis histórico y la crítica del Estado realizados por el anarquismo los que fallan, sino la actitud de lucha de los anarquistas es la que ni está de acuerdo con su tiempo ni siquiera con su doctrina. Como tampoco lo está con su doctrina la degeneración burocrática de todos los movimientos socialistas o marxistas, aunque lo esté con la línea de corrupción general de su tiempo.
No sé hasta qué punto un replanteamiento teórico y táctico podría aportar algo más nuevo y eficaz, si los anarquistas no están dispuestos a llevar hasta las últimas consecuencias sus viejas o nuevas conclusiones sobre la lucha contra el capitalismo por la transformación revolucionaria de la sociedad. Como no sé de qué puede servir que los marxistas reconozcan los riesgos contrarrevolucionarios implícitos en sus tácticas autoritarias, si no están sin-cera y firmemente dispuestos a renunciar a ellas para realizar la revolución.
Creo, pues, que podemos llegar a una conclusión más general y más simple, que nos es común a todos los que nos definimos como revolucionarios –anarquistas y marxistas incluidos-, y que puede ser la clave para el dilema eficacia y libertad: reconocer lo negativo (para la clase trabajadora ha sido fatal) que ha sido la división del mundo revolucionario en ideologías que han acabado por originar tendencias irreductibles, aunque en el fondo persigan los mismos objetivos.
Pero reconocer lo nefasto de esta división, que es la única que realmente ha permitido al capitalismo proseguir su marcha triunfante, no es suficiente. Como tampoco lo es el reconocer que no se puede cambiar la sociedad capitalista si se copian sus procedimientos y sus estructuras.
Es necesario algo más importante, más esencial, más humano y menos dialéctico. Más a ras de tierra y más realizable. Reconocer que, por el momento, es imposible resolver las contradicciones teóricas y tácticas que, querámoslo o no, existen entre todas las ideologías revolucionarias. Pero que prácticamente es posible a todos los revolucionarios, si se lo proponen, llegar a una sana comprensión y tolerancia entre ellos, procurando unir sus esfuerzos cuando las condiciones y sus líneas de acción lo permitan o dejándose de ver como enemigos cuando no coincidan en apreciaciones, en el análisis de la realidad objetiva, y en la forma de intentar cambiarla.
Sólo cuando todos los revolucionarios comprendan esta verdad, que su ver-dadero enemigo es el capitalismo y todas sus estructuras y subestructuras derivadas, sólo entonces dejarán de atacarse estúpidamente e intentarán vencer las divergencias para buscar las coincidencias. Y éstas, sin duda, será más fácil descubrirlas cuando los revolucionarios se ataquen de verdad a la lucha contra el capitalismo en vez de pactar con él, acomodarse a su ritmo o integrarse a su propia estrategia con la ilusión de vencerlo desde dentro. Sólo en el terreno de la acción revolucionaria (y por ella entiendo toda acción que teórica y prácticamente signifique una negación del sistema actual) podrán llegar a unirse los revolucionarios por encima de sus divergencias ideológicas. Pero, para ello, es necesario que esta acción sea de verdad y no simplemente de palabra. Esto puede ser, por lo menos, un paso en firme para llegar un día a resolver el dilema entre eficacia y libertad.
(Junio-julio 1967) en Presencia
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The problem with the anarchists is that there are too few activists of the kind that take anarchist-communism as their trend who are organized and investing lot of efforts to educate the people with it. The “Reinventing Anarchism” is a false remedy.