Facundo Jones Huala
Yo vengo del barrio 169 Viviendas, en Alto de Bariloche, donde crecí en conflicto con las fuerzas del “orden”, por ser joven, pobre y sobre todo mapuche: pocos delitos traen peores represalias que los rasgos originarios. Pues nadie nunca ha garantizado nuestra seguridad. Ya en 2001 pasamos hambre, muchísima hambre. Estuvimos en los piquetes y recuerdo bien cómo cagaron a palos a mi vieja. Me tocó vivir en la calle, pasarla mal de verdad, pero así aprendí a defenderme, a no permitir que me falten el respeto, a no callarme la boca. Muchas de nuestras familias debieron buscar mejor suerte en otras provincias. Y sí, gran cantidad de hermanos y hermanas se instalaron en distintas villas, donde todavía intentan reencontrarse con sus orígenes, sembrando organización política a través del trabajo, para ir hacia el mundo que sueñan. No estamos planteando desde aquí que nadie destruya nada, ni que construyamos de conjunto un Estado paralelo, sino apenas que seamos capaces de reconstruir nuestras raíces. Ahora más que nunca, es imprescindible fortalecer los vínculos dentro de las comunidades, no esperando a un Estado asistencialista, sino exigiéndole que nos devuelva las tierras, porque tenemos manos para trabajar…
Los derechos no se mendigan.
Se practican.
Las comunidades indígenas, como las villas, necesitamos desarrollar autonomía, esa que hizo posible un medio como La Garganta, para ganar independencia informativa, sí, pero sobre todo independencia política. Por eso, es fundamental y muy valorable la decisión que tomaron, al mantenerla sin pauta oficial ni publicidad comercial: así, han podido socializar esas herramientas que tanto cuesta forjar y sostener, rompiendo con los prejuicios que las clases dominantes cargan sobre los pobres, los mapuches y todo sector marginado de la sociedad. Siento orgullo y esperanza, leyendo cada nota que publican, por la calidad que defienden al elegir el papel. Y cada concepto. De esto se trata, de generar cantidad mediante la calidad orgánica, siendo exigentes con los niveles de reflexión y de acción, para no negociar esa coherencia revolucionaria capaz de romper la mentalidad burguesa.
Me gusta, me gusta verlos confrontar todos los días con este sistema, generando preguntas y cultivando la conciencia, porque muchas veces nos plantean que la única salida posible sería volvernos gendarmes para servir al poder. Y no es casualidad. Nos quieren moldear, para que nunca se nos ocurra transformar la realidad, ni ser creativos, ni pensarnos junto a otros. Hasta dentro de la cárcel, tengo que discutir los imaginarios que han instalado desde la más pobre interpretación de la “seguridad”. Y sí, me indigna tanta enajenación. Pero también pienso que nos tocó nacer en este mundo y debemos cambiarlo. Por eso, les hablo a ustedes, las pibas y los pibes de los barrios, como les hablo a mis compañeros de celda. Ahí, en una de las paredes, tengo un afiche de Bertolt Brecht, que dice: “El peor analfabeto es el analfabeto político”. Y con ese disparador, hace varios días venimos discutiendo sobre la dialéctica que nos mantiene presos, aun en libertad.
Hoy, lamentablemente, existe mucha violencia hacia los barrios pobres, que necesitamos poder reciclar, para convertirla en el motor de nuestra resistencia, frente a quienes históricamente nos han oprimido. Contra toda esa basura que nos inculcan, debemos seguir un mismo camino, que nos sirva para avanzar unidos, porque todavía existe el colonialismo sobre algunos pueblos, perfectamente visible en la sumisión y en la falta de desarrollo interno. No podemos dejar de pensar. Y mucho menos podemos dejar de enseñar.
Siempre, la teoría es más fácil. Ustedes vienen llevando adelante el ejercicio constante de la confraternización entre las comunidades y eso cuesta, porque hay que saber discutir hacia dentro. A veces, muy fuerte, porque hace falta. No podemos dejar de ser críticos de nosotros mismos, ni dejarnos caer en fanatismos centrados sobre nuestros propios ombligos. Ni calcos, ni copias, ni dogmas, ni prepotencia, por encima de la realidad.
Parece resistencia,
pero se llama dignidad.”
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