Cuando no se ha cumplido todavía una hora de película, Žižek reconoce que es consumidor habitual de Starbucks, con sus razones:
Permítanme tomar un trago, un poco de café de Starbucks.
Lo bebo a menudo, debo admitirlo, pero ¿somos conscientes de que cuando compramos un capuccino de Starbucks, también compramos un montón de ideología? ¿Qué ideología?.
Ya sabes, cuando entras en un local de Starbucks suele haber carteles por ahí con el mensaje, “sí, nuestro capuccino es más caro que los demás pero…”, y entonces comienza el cuento: “…damos el 1% de nuestros ingresos a unos niños de Guatemala para mantener su salud, al suministro de agua para unos agricultores en el Sáhara o para salvar los bosques y poder cultivar café orgánico”…
Admiro el ingenio de esta solución. En los viejos tiempos de puro y simple consumismo comprabas un producto y te sentías mal (“dios mío, sólo soy un consumista mientras la gente muere de hambre en África”). Así, la idea era que debías hacer algo para contrarrestar tu consumismo claramente destructivo, por ejemplo… no sé… haces donaciones a caridad …etc.
Starbucks te permite ser consumista y ser consumista sin mala conciencia, porque el precio que pagas para contrarrestar, para luchar contra el consumismo, ya está incluido en el precio de la mercancía. Es como “paga un poco más y no eres sólo consumista, además cumples con tu deber hacia el medio ambiente, la gente pobre hambrienta en África”.
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