¡Manifiéstate!: La primera protesta de Ricardo Flores Magón

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“Soy un salvaje, un hijo de la naturaleza resiento cualquier ataque a mi libertad.

Mi alma se aviva aún con el soplo de las montañas que presenciaron mi advenimiento a la vida,  

un soplo saludable, un soplo puro.  Por esto es que amo la justicia y la belleza”.

Ricardo Flores Magón

I

Es probable que aquella noche de marzo de 1892, las noticias de lo ocurrido apenas unas horas antes en el Zócalo de la gran ciudad, hayan sonado como cañonazos en los recintos del palacio del dictador. Es  posible que algunas condecoraciones hayan hecho ruidos de vitrina que se tambalea; pero seguramente aquel corazón ni siquiera se sobresaltó; el sufrimiento espantoso y cotidiano de millones y millones de mexicanos, indígenas y campesinos principalmente, no lo conmovía: ¿Lo haría una simple manifestación callejera de unos cuantos miles de hambrientos y exaltados? Esa noche de marzo su mirada recorrería las cifras de muertos y heridos, y no se detendría ante los apellidos Flores Magón, que por  partida doble figuraban en la lista de los detenidos. ¿Y por qué habría de hacerlo? Nada altera la rigidez del rostro del hombre más poderoso de la República Mexicana, dueño de vidas, tierras, leyes e instituciones. Poco significaban para él aquellos estallidos de la plebe; desde niño tenía orejas y nariz acostumbradas al estruendo y al olor de la pólvora. Por la ventana veía con indiferencia a los empleados que reparaban los destrozos, las huellas de la manifestación. Ebrio de poder, recordaba que apenas dos años antes el Congreso había aprobado, casi por unanimidad, las reformas constitucionales necesarias para que él pudiera reelegirse indefinidamente. Grandes negocios se gestaban en su pensamiento. Esa noche, ante los ojos cansados del sanguinario viejo sesentón, pasaron desapercibidos los  primeros efectos, aquellas primeras muestras tangibles de lo que más tarde sería su enemigo mortal: el magonismo.

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II

Escuela de Minería. Patio central. 1892.

-“¡No podemos aguantar que el asesino se entronice para siempre!”. La voz de aquel joven estudiante oaxaqueño, hijo de Teodoro y Margarita, retumbaba en los oídos de sus compañeros: Tenemos que suprimir esta farsa que es una tragedia para México. En los rostros de los cientos de muchachos se notaba una gran tensión: “¡Vayamos por la ciudad; digámosle al pueblo que tiene derechos, que ya no permita que el dictador los pisotee!”. El joven Flores Magón necesitaba gritar más fuerte para sacar del pecho esa rabia que amenazaba con ahogarlo: “¡Vamos a darle valor a la gente para que acabe con tanta infamia! ¿Cómo? ¡Impidiendo que el viejo se reelija! ¡Manifestando  públicamente nuestro repudio al régimen! ¡Marchando sobre el palacio nacional si es necesario!”. Y unidos por la misma idea y movidos por el mismo coraje, los estudiantes ganaron la calle y fueron a correr la voz, a enfrentar sus ardores juveniles, sus ansias de justicia, su ingenuidad, a los cuerpos represivos del viejo asesino Plaza del Zócalo.

Costado de la Catedral. 1892.

– “Amigos: ¡El presidente los ha traicionado a ustedes y a todo México!. Gritaba el jovenzuelo: Ha violado nuestras tradiciones, ha destruido las leyes de Reforma. Se ha puesto del lado de la Iglesia!”. El puño de aquel joven apuntaba hacia la vieja construcción, mientras su voz sacudía las conciencias de los feligreses que salían de catedral. Enfrente, las sombras de los fresnos agitados por el viento, aún dibujaban formas sobre el césped de la plaza magna. El hijo de Margarita y Teodoro continuaba: -“¿Quién vende nuestro país a los industriales  franceses, ingleses y norteamericanos? ¿Quién tiene la culpa de que  seamos esclavos de la Iglesia y de los extranjeros? ¿Quién?”. Y la respuesta se hizo en aquella multitud de indios, cargadores, obreros, carniceros, zapateros, niños y muchachos; y como una descarga de fusilería se oyó: ¡Porfirio Díaz!

Pronto la tarde se vestiría de violeta para presenciar el primer enfrentamiento entre el dictador y el magonismo. Allí aparece la policía montada. Allí avanza entre una tormenta de piedras, con el sable desenvainado. Allí, antes de que se generalizara la trifulca, todavía se alcanzan a oír los gritos del muchacho: “¡No dejaremos que el asesino se reelija! ¡Muera Díaz! ¡Viva la libertad!”. Y luego fueron los golpes, los quejidos, las corretizas, los muertos, los heridos. Y fue la multitud enardecida la que por fin se levantaba a luchar por su dignidad. Esa rebeldía, ese descontento empezaron a tener un nombre: magonismo.

* El título original de este extracto es “Las primeras batallas” en: -Beas, Juan Carlos, Ballesteros Manuel y Maldonado, Benjamín, Magonismo y movimiento indígena en México, México, Ed. Antorcha, 1997, pp. 23-25-.

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