Traducido por
Publicado originalmente, en tres partes, en el periódico L’Agitazione de Ancona 1, nos. 13-15 (4, 11, y 18 de junio de 1897). Título original: «L’organizzazione»
Por años ha sido éste un asunto de gran disputa entre los anarquistas. Y como a menudo sucede, cuando se acalora una discusión y en la búsqueda de la verdad se entromete la insistencia en estar en lo correcto, o cuando las discusiones teóricas no son más que intentos por justificar una conducta práctica inspirada por otros motivos muy distintos, se ha producido una gran confusión de ideas y palabras.
Recordemos, sólo para sacarles del paso, aquellas objeciones derechamente semánticas que ocasionalmente han llegado a las más grandes alturas del absurdo, tales como: “Estamos por la armonización, no la organización”; “estamos contra la asociación, pero a favor del acuerdo”; “no queremos secretarios ni tesoreros, siendo éstas figuras autoritarias, pero ponemos a un compañero a cargo de la correspondencia y otro cuida nuestros fondos” — y pasemos a la discusión seria.
Aquellos que reclaman para sí el título de “anarquistas”, con o sin una serie de adjetivos, caen en dos campos: los partidarios y los detractores de la organización.
Si no somos capaces de llegar a un acuerdo, al menos intentemos entendernos.
Y para empezar, ya que la cuestión es triple, hagamos una distinción entre organización en el sentido general, como principio y condición de la vida social hoy y en la sociedad del futuro; la organización del partido anarquista; y la organización de las fuerzas populares, especialmente la de las masas obreras con miras a hacerle frente al gobierno y al capitalismo.
La necesidad de organización en la vida social — incluso diría la sinonimia entre organización y sociedad — es tan evidente en sí misma que es difícil de creer que alguna vez haya podido ser cuestionada.
Para darse cuenta de esto, hay que recordar cuál es la función específica, característica del movimiento anarquista, y que las personas y los partidos están sujetos a dejarse absorber por la cuestión que más directamente les afecta, olvidando todos los asuntos relacionados, poniendo más atención a la forma que a la sustancia, viendo finalmente las cosas desde un solo ángulo y perdiendo así una noción adecuada de la realidad.
El movimiento anarquista comenzó su vida como una respuesta contra el espíritu de autoridad, dominante en la sociedad civil y así también en todos los partidos y organizaciones de trabajadores, y ha ido creciendo gradualmente de la mano de todas las revueltas promovidas contra las tendencias autoritarias y centralizadoras.
Por lo tanto era natural que muchos anarquistas, casi hipnotizados por esta lucha contra la autoridad, creyendo, por la influencia de la educación autoritaria recibida, que la autoridad es el alma de la organización social, combatieron y repudiaron esta última por combatir la primera.
Y, a decir verdad, la hipnotización fue tan lejos que les ha llevado a apoyar ciertas cosas que son realmente increíbles.
Se combatió todo tipo de cooperación y acuerdo, en la creencia de que la asociación era la antítesis de la anarquía; se sostuvo que en ausencia de acuerdos, de obligaciones recíprocas, haciendo cada uno lo que le pase por la cabeza sin siquiera informarse de lo que el otro está haciendo, todo se armonizaría en forma espontánea; que la anarquía significa que cada persona debe ser autosuficiente y debe hacer todo por sí misma sin esfuerzos recíprocos ni compartidos; que las vías férreas podían operar muy bien sin organización, y que por cierto esto ya ocurría en Inglaterra(!); que el servicio postal no era necesario y que cualquiera en París que quisiese escribir una carta a Petersburgo… podía llevarla él mismo(!!), y así.
Pero estas son tonterías, podrá usted decir, y no merecen mención.
Sí, pero este tipo de tonterías ha sido dicha, impresa, y circulada; y aceptada por gran parte del público como una articulación auténtica del pensamiento anarquista; y siempre servirán de armas de combate para nuestros adversarios burgueses y no-burgueses que buscan una victoria fácil sobre nosotros. Y entonces, tales tonterías no carecen de valor, en tanto son el resultado lógico de ciertas premisas y pueden servir de prueba de fuego de la veracidad o no de aquellas premisas.
Unos cuantos individuos de intelecto limitado pero dotados de poderosos giros lógicos mentales, una vez que han abrazado algunas premisas, rescatan hasta la última consecuencia que salga de ellas y, si así lo dicta la lógica, pueden llegar sin miramientos al más grande sinsentido y negar las verdades más evidentes sin inmutarse. Hay otros también, mejor educados y más abiertos de mente, que siempre pueden idear alguna manera de llegar a conclusiones bastante razonables, aunque tengan que pisotear la lógica; en el caso de éstos últimos, los errores teóricos tienen poca o ninguna influencia sobre su conducta propiamente tal. Pero, en definitiva, y hasta que llegue el momento en que ciertos errores fundamentales sean apartados, aún está la amenaza de los silogizadores acérrimos y de tener nosotros que comenzar todo de nuevo.
El error fundamental de los anarquistas que se oponen a la organización es creer que la organización es imposible sin autoridad — y, una vez que la hipótesis ha sido aceptada, prefieren renunciar a cualquier organización que aceptar un ápice de autoridad.
Ahora, que la organización, es decir la asociación para un propósito específico y la adopción de formas y medios requeridos para lograr aquel propósito, es un pre-requisito fundamental para vivir en sociedad nos es obvio. El ser humano aislado no puede vivir siquiera la vida de un bruto: aparte de en los trópicos y de cuando la población es sumamente escasa, no puede ni alimentarse; y sigue, sin excepción, incapaz de lograr un estándar de vida en algo superior al de las bestias. Obligado, por ende, a combinar fuerzas con otras personas, y hallándose en realidad unido a ellas como resultado de la previa evolución de las especies, debe entonces o bien someterse a la voluntad de otros (ser un esclavo), o imponer su propia voluntad sobre otros (ser una figura autoritaria), o vivir en acuerdo fraternal con otros por el bien mayor de todos (ser un compañero). Nadie puede escapar a esta necesidad: los más extravagantes anti-organizadores están no solamente sujetos a la organización general de la sociedad en la que viven, sino que — incluso en los actos de su propia vida, y en sus riñas con la organización — se juntan y comparten las tareas y se organizan con aquellos de parecer similar y emplean los medios que la sociedad pone a su disposición… siempre que, claro, sean cosas genuinamente queridas y promulgadas, en vez de aspiraciones y sueños vagos y platónicos.
Anarquía significa sociedad organizada sin autoridad, entendiéndose la autoridad como la facultad de imponer la propia voluntad y no el hecho inevitable y beneficioso de que a quien mejor entiende y sabe hacer una cosa, más fácilmente logra que se acepte su opinión, y que sirva de guía, en aquella cosa, a los menos capaces.
Como nosotros lo vemos, la autoridad no solo no es un pre-requisito para la organización social, sino que, lejos de fomentarla, es un parásito de ella, obstaculizando su evolución y largando por el fregadero sus ventajas, beneficiándose de esto una clase dada que explota y oprime al resto. Mientras exista una armonía de intereses en una comunidad, mientras nadie se incline a explotar a otros, no hay rastros de autoridad. Una vez que la lucha interna aparece y la comunidad se divide en vencedores y vencidos, entonces surge la autoridad, siendo naturalmente investida en los más fuertes, ayudando a confirmar, perpetuar, y magnificar su victoria.
Eso es lo que creemos y es por eso que somos anarquistas; si, en vez de esto, creyésemos que la organización sin autoridad es impracticable, seríamos autoritarios, pues preferiríamos la autoridad — que coarta y entorpece la existencia — a la desorganización, que la vuelve imposible.
Después de todo, qué haríamos nosotros importa poco. Si fuese cierto que el mecánico y el maquinista y el jefe de estación tuviesen simplemente que ser autoridades, en vez de compañeros que realizan ciertas tareas a cuenta de todos, el público aún preferiría padecer su autoridad que hacer el viaje a pie. Si no hubiese más opción que el jefe de correos sea una autoridad, cualquiera en sus cabales preferiría lidiar con la autoridad del jefe de correos a tener que entregar sus propias cartas.
Y luego… la anarquía sería el sueño de algunos, pero no podría volverse realidad jamás.
Aceptando la posibilidad de que exista una comunidad organizada en ausencia de autoridad, vale decir, en ausencia de coerción — y los anarquistas han de aceptarla, pues de otro modo la anarquía no tendría sentido — pasemos a lidiar con la propia organización del partido anarquista.Aquí también la organización se nos hace útil y necesaria. Si “partido” significa el conjunto de individuos que comparten un propósito común y se esfuerzan por alcanzar ese propósito, es natural que lleguen a acuerdos, reúnan sus recursos, dividan la labor, y adopten todas las medidas que se piensen probables de impulsar aquel propósito y que son la raison d’être de una organización. Quedando aislados, con cada individuo actuando o buscando actuar por su cuenta sin entrar en acuerdo con otros, sin hacer preparaciones, sin alinear la débil fuerza de los solitarios en una fuerte coalición, equivale a condenarse a sí mismo a la impotencia, a malgastar las propias energías en actos triviales e inefectivos y, muy pronto, perder el propósito y caer en la total inacción.
Pero aquí nuevamente la cuestión nos parece tan evidente que, en vez de elaborar pruebas directas, intentaremos responder a los argumentos de los adversarios de la organización.
El puesto de honor va para — por así decirlo — la objeción preventiva. “¿Qué es esto de hablar de un partido?” dicen. “No somos ningún partido, no tenemos ningún programa”. Una paradoja que quiere indicar que las ideas pasan y están siempre cambiando y que se rehúsan a aceptar ningún programa fijo que pueda estar bien para hoy pero que por seguro estará obsoleto mañana.
Eso sería perfectamente justo si estuviésemos hablando de académicos que van tras la verdad sin preocupación alguna por las aplicaciones prácticas. Un matemático, un químico, un psicólogo o un sociólogo puede decir no tener un programa o no tener otro que la búsqueda de la verdad; están para descubrir, no para hacer algo. Pero la anarquía y el socialismo no son ciencias; son propósitos, proyectos que los anarquistas y los socialistas quieren implementar y que por lo tanto deben ser formulados como programas específicos. La ciencia y el arte de la construcción avanzan día a día; pero un ingeniero que quiere construir un edificio o incluso solamente demoler algo, debe dibujar sus planos, montar su equipamiento y operar como si la ciencia y el arte se hubiesen detenido en el momento en que las encontró cuando se embarcó en la obra. Es muy posible que le encuentre un uso a nuevos avances realizados en el curso del proyecto sin tener que renunciar a la parte esencial de su plan; e igualmente puede ocurrir que los nuevos descubrimientos y los nuevos recursos ideados por la industria sean de tal magnitud que le abran los ojos a la necesidad de abandonar todo y volver a comenzar. Pero al comenzar todo de nuevo, requerirá esbozar un nuevo plan en base a lo que sabe y posee en ese momento y no va a poder idear o ponerse a implementar una construcción amorfa, sin herramientas a mano, sólo porque, en algún momento futuro, la ciencia podría salir con mejores formas y la industria proveer de mejores herramientas!
Por partido anarquista nos referimos al ensamble de quienes están por ayudar a hacer de la anarquía una realidad y quienes por lo tanto necesitan establecerse un fin que lograr y un camino que seguir; y felices dejamos a los amantes de la verdad absoluta y el progreso imparable con sus reflexiones trascendentales; sin someter nunca sus ideas a la prueba de la acción, terminan por hacer nada y descubrir menos.
La otra objeción es que la organización crea líderes, figuras de autoridad. Si eso es cierto, si los anarquistas son incapaces de reunirse y llegar a acuerdos unos con otros sin tener que acudir a alguna autoridad, eso quiere decir que aún están lejos de ser anarquistas y que, antes de pensar en establecer la anarquía en el mundo, debiesen dedicar algún pensamiento a prepararse para vivir anárquicamente. Pero la cura difícilmente está en la no-organización, sino que en expandir la consciencia de los miembros individuales.
Ciertamente si una organización carga todo el trabajo y toda la responsabilidad sobre unos pocos hombros, si le basta con lo que sea que esos pocos hagan en vez de esforzarse e intentar hacerlo mejor, esos pocos, aunque no quieran, eventualmente sustituirán la voluntad de la comunidad por la propia. Si los miembros de una organización, todos, no se ocupan en pensar, en tratar de entender, y en siempre usar sus facultades críticas para todo y para todos, y en vez dejan que unos pocos piensen por todos, entonces aquellos pocos serán los líderes, los pensadores y dirigentes.
Pero, digámoslo nuevamente, la cura no está en la no-organización. Por el contrario: en las sociedades pequeñas y grandes, aparte de la fuerza bruta, que está fuera de cuestión en nuestro caso, el origen y justificación de la autoridad yace en la desorganización social. Cuando una colectividad tiene necesidades y sus miembros no saben cómo organizarse espontáneamente, por sí mismos, para salir al paso, alguien, alguna figura de autoridad sale a atender aquella necesidad haciendo uso de los recursos de todos y dirigiéndoles a su antojo. Si las calles no son seguras y las personas no pueden hacerle frente, emerge una fuerza policial que se hace mantener y pagar por los pocos servicios que ofrece y mandonea y se vuelve tiránica; si hay necesidad de un producto y la comunidad falla en llegar a un arreglo con productores lejanos para intercambiar por productos locales, aparece el mercader que lucra de la necesidad de los unos de vender y de los otros de comprar, y cobra a los productores y consumidores el precio que quiera.
Miren lo que ocurrió en nuestras propias filas: mientras menos organizados hemos estado, más hemos estado a merced de unos pocos individuos. Y era natural que así fuese.
Sentimos la necesidad de estar en contacto con compañeros de otras partes, de recibir y enviar noticias, pero no podemos, cada cual individualmente, tener correspondencia con cada compañero. Si estuviésemos organizados podríamos encargar a algunos compañeros el manejo de nuestra correspondencia, cambiarlos si no es de nuestra satisfacción y mantenernos al tanto de los desarrollos sin depender de la buena gracia de alguien para nuestras noticias. Si estamos desorganizados, por otra parte, habrá alguien con los medios y la disposición a hacer la correspondencia y que tomará todos los intercambios en sus manos, pasando o no pasando las noticias dependiendo de su elección de tema o de persona y, si es lo suficientemente activo y astuto, podrá, sin nosotros saberlo, agitar al movimiento en la dirección que quiera sin que nosotros (el grueso del partido) tengamos ningún modo de control y sin que nadie tenga el derecho a quejarse, dado que esa persona actúa por su cuenta, con mandato de nadie y sin obligación de dar cuenta de sus actos a nadie.
Sentimos la necesidad de tener un periódico. Si estamos organizados podemos juntar fondos para su lanzamiento y mantenerlo en marcha, poner unos cuantos compañeros a cargo de llevarlo y monitorear su dirección. Los editores del periódico seguramente, en mayor o menor grado, estamparán discerniblemente su personalidad en él, pero seguirán siendo personas seleccionadas por nosotros, a quienes podemos cambiar si no nos satisfacen. Si, por otra parte, estamos desorganizados, alguien con suficientes ganas lanzará el periódico por su propia cuenta; encontrará entre nosotros a sus corresponsales, distribuidores, y suscriptores y nos inclinará a sus propósitos, sin nuestro conocimiento o consentimiento; y, como ha sido a menudo el caso, nosotros aceptaremos y apoyaremos a aquel periódico aún si no es de nuestro agrado, aún si encontramos que es dañino para la causa, debido a nuestra inhabilidad de sacar uno que ofrezca una mejor representación de nuestro pensamiento.
Entonces, lejos de conjurar autoridad, la organización representa la única cura para ella y el único medio por el cual cada uno de nosotros puede habituarse a tomar parte activa y reflexiva en nuestra labor colectiva y dejar de ser herramientas pasivas en manos de líderes.
Si no hacemos nada y todos siguen perfectamente inactivos entonces, por seguro, no habrá líderes y no habrá rebaño, no habrá dictadores de órdenes y seguidores de órdenes, pero será el fin de la propaganda, el fin del partido y de las discusiones en torno a la organización también… y eso, esperemos, nadie lo verá como una solución ideal.
Pero una organización, dicen, implica una obligación a coordinar los propios actos con los de otros y así se infringe la libertad y se coarta la iniciativa. A nosotros nos parece que lo que en realidad arrebata la libertad y vuelve imposibles las iniciativas es el aislamiento que nos vuelve impotentes. La libertad no es un derecho abstracto, sino la capacidad de hacer algo: esto es tan cierto en nuestras propias filas como en la sociedad en su conjunto. Es en la cooperación con sus semejantes que el ser humano encuentra los medios para avanzar su propia actividad y el poder de su iniciativa.
Ciertamente, la organización significa coordinar recursos para un propósito común y un deber para los organizados no actuar en contra de tal propósito. Pero en lo que concierne a organizaciones voluntarias, cuando aquellos que pertenecen a la misma organización sí comparten el mismo fin y apoyan los mismos medios, las obligaciones mutuas sobre ellos actúan para el beneficio de todos. Y si alguien hace a un lado cierta creencia propia por el bien de la unidad, es porque encuentra más beneficioso abandonar una idea que en ningún caso podría implementar sin ayuda en vez de negarse la cooperación de otros en asuntos que cree tienen más importancia.
Si, entonces, un individuo se encuentra con que ninguna de las organizaciones existentes encapsula la esencia de sus ideas y métodos y que no puede expresarse como individuo de acuerdo a sus creencias, entonces estaría bien aconsejado en mantenerse fuera de esas organizaciones; pero luego, a menos que quiera seguir inactivo e impotente, debe buscar a otros que piensen como él y fundar una nueva organización.
Otra objeción, y la última de las que nos ocuparemos, es que, estando organizados estamos más expuestos a la persecución gubernamental.
Por el contrario, nos parece que mientras más unidos estemos, más efectivamente podemos defendernos. Y en realidad cada vez que la persecución nos ha alcanzado con la guardia baja estando desorganizados, eso nos dejó completamente desarticulados y barrió con nuestros previos esfuerzos; mientras que cuando y donde estuvimos organizados, nos hizo bien en vez de daño. Y lo mismo aplica al interés personal de los individuos: el ejemplo de las persecuciones recientes que golpeó a los aislados tanto como a los organizados — y tal vez peor — es suficiente. Hablo, claro está, de aquellos, aislados y no, que al menos hacen propaganda individual. Los que no hacen nada y tienen bien escondidas sus creencias están ciertamente en mucho menor peligro, pero su utilidad a la causa es menor también.
En términos de persecución, lo único que se logra estando desorganizados y predicando la desorganización es permitir al gobierno negarnos el derecho a asociación y cimentarle el camino a sus monstruosos y criminales juicios conspirativos que no osaría en montar contra personas que abierta y fuertemente afirman su derecho a ser y a la condición de estar asociados, o, si el gobierno así osase, le saldría el tiro por la culata y beneficiaría a nuestra propaganda.
Además, es natural que la organización adopte la forma que las circunstancias requieran e impongan. Lo importante no es tanto la organización formal como la inclinación a organizarse. Podrá haber casos en que, debido a la reacción remanente, podría ser útil suspender toda correspondencia y abstenerse de reuniones; eso siempre será un revés, pero si la voluntad por estar organizados sobrevive, si el espíritu de asociación perdura, si el período previo de actividades coordinadas ha ampliado el círculo personal, ha nutrido amistades saludables y ha conjurado una genuina comunión de ideas y acciones entre compañeros, entonces los esfuerzos de individuos, aún de individuos aislados, tendrán una contribución que hacer al propósito común, y pronto se hallará un medio para volver a juntarse y reparar el daño hecho.
Somos como un ejército en guerra y, dependiendo del terreno y de las medidas adoptadas por el enemigo, podemos luchar en formaciones masivas o dispersas. Lo esencial es que sigamos pensándonos como pertenecientes al mismo ejército, que obedecemos a las mismas ideas directivas y que estamos listos para volver a formarnos en columnas compactas cuando sea necesario y factible.
Todo lo dicho está dirigido a aquellos compañeros que están auténticamente en contra de la organización como principio. A quienes se resisten a la organización sólo por ser reacios a unirse o se les ha negado la entrada a determinada organización por no tener simpatía con los individuos pertenecientes a ella, decimos: establezcan otra organización junto con quienes sí están de acuerdo. Ciertamente nos encantaría poder estar de acuerdo todos y reunir todas las fuerzas del anarquismo en una poderosa falange; pero no tenemos fe en la salud de las organizaciones construidas sobre concesiones y subterfugios y donde no hay real acuerdo y simpatía entre los miembros. Mejor des-unidos que mal-unidos. Pero veamos que cada cual se junte con sus amigos y que no haya nadie aislado, perdiendo fuerzas.
Aún tenemos que hablar de la organización de las masas obreras para fines de hacerle frente al gobierno y los patrones.
Lo hemos señalado antes: en ausencia de organización, ya sea libre o impuesta, no puede haber ni libertad ni garantías de que los intereses de los miembros que componen la sociedad sean respetados. Y quien falle en organizarse, falle en buscar la cooperación de otros y prestar su propia cooperación en base al compañerismo recíproco, inescapablemente se sitúa en una condición de inferioridad y juega el rol de subalterno irreflexivo en la maquinaria de la sociedad que otros operan a su antojo y para su conveniencia.
Los obreros son explotados y oprimidos porque, estando desorganizados en todo lo que concierne a salvaguardar sus propios intereses, son obligados por el hambre o por la fuerza bruta a obedecer los deseos de los dominadores para cuyo beneficio la sociedad funciona en el presente y deben éstos suministrar la fuerza (soldados y capital) que les ayuda a mantenerlos en sujeción. Tampoco podrán emanciparse jamás hasta el tiempo en que busquen la unidad para la fuerza moral, económica y física necesaria para derrotar a la fuerza organizada de los opresores.
Ha habido algunos anarquistas — y algunos de ellos siguen presentes — que, mientras conceden a la necesidad de organización en la sociedad del futuro y a la necesidad de organizarse hoy para la propaganda y la acción, son hostiles a todas las organizaciones que no tienen la anarquía por objetivo inmediato y que no adoptan métodos anarquistas. Y algunos de ellos se han mantenido aparte de todas las organizaciones obreras diseñadas para hacer frente y mejorar las condiciones en el estado actual de las cosas, o se han metido en ellas con la intención expresa de desorganizarlas, mientras otros han concedido que la membresía en sociedades de resistencia existentes puede ser legítima, pero han buscado intentos de organizar otras nuevas lindando con la deserción.
Para esos compañeros pareciera que todas las fuerzas dispuestas a un propósito menos que radicalmente revolucionario fuesen fuerzas desviadas de la revolución. Nuestra opinión, en contraste, es que esa visión condenaría al movimiento anarquista a la esterilidad perpetua, y la experiencia nos ha dado la razón.
Antes de poder hacer propaganda, se debe estar entre las personas, y es en las asociaciones obreras que el trabajador encuentra a sus semejantes y especialmente aquellos más inclinados a entender y abrazar nuestras ideas. Pero incluso si fuese factible hacer tanta propaganda como se quisiese fuera de las asociaciones, esto no tendría ningún impacto discernible sobre las masas obreras. Aparte de un pequeño número de individuos mejor educados y más equipados para el pensamiento abstracto y el fervor teórico, el obrero no puede llegar a la anarquía de una vez. Para que se convierta en un auténtico anarquista en vez de en anarquista solo de nombre, debe comenzar a sentir la hermandad que le une a sus compañeros, aprender a cooperar con otros en la defensa de intereses compartidos y, enfrentar a los patrones y al gobierno que les defiende, apreciar que patrones y gobiernos son inútiles parásitos y que los trabajadores podrían llevar el aparato de la sociedad por sí mismos. Habiendo entendido eso, es una anarquista aunque no use el título.
Además, el fomento de todo tipo de organizaciones populares es la consecuencia lógica de nuestras ideas fundamentales y debiese por lo tanto ser parte fundamental de nuestro programa.
Un partido autoritario con miras a tomar del poder, para así imponer sus ideas tiene interés en que el pueblo siga siendo una masa amorfa incapaz de valerse por sí misma y por ende fácilmente dominable. Y, por lo tanto, lógicamente, debe querer la organización solo en el grado y del tipo que se adapte a su venida al poder — la organización electoral, si quiere llegar ahí por medios legales, o la organización militar si, en vez, se basa en la acción violenta.
Pero nosotros anarquistas no estamos por emancipar al pueblo; queremos ver que el pueblo se emancipe a sí mismo. No creemos en bendiciones desde las alturas, impuestas por la fuerza. Queremos ver un nuevo orden social emerger desde el interior del pueblo, y queremos que éste corresponda al grado de desarrollo alcanzado por la humanidad y que pueda progresar así como la humanidad progresa. Lo que a nosotros nos importa es que cada interés y cada opinión encuentre, en la organización consciente, algún ámbito para hacerse valer y de influir en la vida colectiva en proporción a su importancia.
Hemos hecho nuestro propósito combatir la organización existente de la sociedad y abatir los obstáculos que impiden el advenimiento de una nueva sociedad en la que la libertad y el bienestar estén asegurados para todos. Para este fin nos hemos reunido como partido y estamos por volvernos tan numerosos y tan potentes como podamos. Pero si no hubiese nada organizado aparte de nuestro partido, si los trabajadores estuviesen aislados en tantas unidades indiferentes unas con otras y ligadas sólo por una cadena común; si nosotros mismos, además de estar organizados como partido, no estuviésemos organizados junto a los trabajadores en nuestras capacidades como trabajadores, no estaríamos en una posición de realizar nada, o, como mucho, podríamos solamente imponernos… en cual caso no tendríamos el triunfo de la anarquía, sino nuestro triunfo. Podríamos entonces muy bien llamarnos anarquistas, pero en realidad seríamos meros gobernantes e incapaces de hacer el bien como cualquier otro gobernante.
Se habla mucho de la revolución, en la creencia de que la palabra representa la resolución de toda dificultad. ¿Pero qué debiese ser esta revolución que anhelamos y qué podría ser?
Las autoridades establecidas derrocadas y los derechos de propiedad pronunciados muertos. Bien. Un partido podría hacer tanto así… aunque ese partido deba aún depender, además de en su propia fuerza, en la simpatía de las masas y en la preparación suficiente de la opinión pública.
¿Y luego qué? La vida de la sociedad no acepta interrupciones. Durante la revolución — o insurrección, como queramos llamarle — y en las consecuencias inmediatas, las personas deben comer y vestirse y viajar y publicar y tratar a los enfermos, etc., y estas cosas no se hacen solas. En el presente, el gobierno y los capitalistas las hacen hacer para lucrar de ellas; una vez que nos deshagamos del gobierno y los capitalistas, los trabajadores tendrán que hacerlas todas para el beneficio de todos; de otro modo, ya sea bajo esas designaciones o alguna otra, emergerán nuevos gobiernos y nuevos capitalistas.
¿Y cómo van a proveer los trabajadores las necesidades urgentes a menos que ya estén habituados a reunirse y lidiar en conjunto con sus intereses comunes y, en algún grado, estén listos para tomar el legado de la antigua sociedad?
El día después que los mercaderes de granos de la ciudad y los patrones de las panaderías pierdan sus derechos de propiedad y por ello ya no tengan interés en atender el mercado, debe haber suministros vitales de pan disponibles en las tiendas para alimentar al público. ¿Quién velará por ello, si los trabajadores panaderos no están ya asociados y listos para arreglárselas sin patrones, y si, aguardando la llegada de la revolución, no se les ha ocurrido resolver las necesidades de la ciudad y los medios para hacerlo?
No queremos decir con eso que debamos esperar a que todos los trabajadores estén organizados antes que la revolución pueda hacerse. Eso sería imposible, dadas las circunstancias del proletariado; y, por fortuna, no hay necesidad. Pero al menos debe haber algún núcleo en torno a los cuales las masas puedan acudir una vez liberados de la carga que les oprime. Si es utópico querer hacer la revolución una vez que todos estén listos y una vez que todos estén de acuerdo, es aún más utópico buscar llevarla a cabo sin nada ni nadie. Hay mesura en todas las cosas. Mientras tanto, luchemos por la expansión más grande posible de las fuerzas conscientes y organizadas del proletariado. El resto vendrá por sí solo.
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