Kropotkin y la emancipación femenina: ¡Organización contra la esclavitud doméstica!

Extraído de La Conquista Del Pan

(Kropotkin, Piotr, “El Trabajo Agradable”, Ed. Revuelta Epistémica, pp. 83-86, 2015)

Una sociedad regenerada por la Revolución sabrá hacer que desaparezca la esclavitud doméstica, esa postrera forma de la esclavitud, la más tenaz quizá, porque también es la más antigua. Sólo que no lo hará del modo soñado por los falansterianos, ni de la manera como frecuentemente se lo imaginan los comunistas [1].

El falansterio [2] repele a millones de seres humanos. El hombre menos expansivo experimenta ciertamente la necesidad de reunirse con sus semejantes para un trabajo común, tanto más atractivo cuanto que se tiene conciencia de formar parte del inmenso todo. Pero no sucede así en las horas dedicadas al descanso y a la intimidad. El falansterio, y aun el familisterio, no lo tienen en cuenta, o bien tratan de responder a esta necesidad con agrupaciones artificiosas.

Desde el siglo XIX, los movimientos obreros y populares en Estados Unidos tuvieron una fuerte influencia en la participación de las mujeres trabajadoras, primero, en la inclusión democrática del sistema político y posteriormente, en el respeto a su implementación salarial, en sus gustos sexuales y en las diversas identidades a mediados del siglo XX.

El falansterio, que no es en realidad sino un inmenso hotel, puede agradar a algunos y aun a todos en ciertos momentos de su vida, pero la gran mayoría prefiere la vida de familia, por supuesto de la familia del porvenir; prefiere la habitación aislada, y los normandos anglosajones llegan hasta a preferir la casita de cuatro, seis u ocho piezas, en la cual pueden vivir separadamente la familia o la aglomeración de amigos.

Otros socialistas repudian el falansterio. Pero cuando se les pregunta cómo podría organizarse el trabajo doméstico, responden: «Cada cual hará su propio trabajo; mi mujer desempeña bien el de la casa; las burguesas harán otro tanto». Y si es un burgués aficionado al socialismo quien habla, dirá a su mujer con una sonrisa graciosa: «¿No es verdad, querida, que te pasarías con gusto sin criada en una sociedad socialista? ¿No es cierto que harías lo mismo que la mujer de nuestro excelente amigo Pablo o la de Juan el carpintero, a quien conoces?». A lo que la mujer contesta con una sonrisa agridulce y un «vaya que sí, querido», diciendo aparte que, por fortuna, eso no sucederá tan pronto.

Pero la mujer también reclama su puesto en la emancipación de la Humanidad. Ya no quiere ser la bestia de carga de la casa. Bastante es que tenga que dedicar tantos años de su vida a la crianza de sus hijos. ¡Ya no quiere ser más la cocinera, la trajinadora, la barrendera de la casa! Y como las americanas han tomado la delantera en esta obra de reivindicación, son generales las quejas en los Estados Unidos por la falta de mujeres que se dediquen a los trabajos domésticos. La señora prefiere el arte, la política, la literatura o el salón de juego; la obrera hace otro tanto, y ya no se encuentran criadas de servir. En los Estados Unidos, son raras las solteras y casadas que consientan en aceptar la esclavitud del delantal.

TEI-servdomestico

Desde el siglo XIX, los movimientos obreros y populares en Estados Unidos tuvieron una fuerte influencia en la participación de las mujeres trabajadoras, primero, en la inclusión democrática del sistema político y posteriormente, en el respeto a su implementación salarial, en sus gustos sexuales y en las diversas identidades a mediados del siglo XX.

Si os lustráis los zapatos, ya sabéis cuán ridículo es ese trabajo. ¿Puede haber nada más estúpido que frotar veinte o treinta veces un zapato con el cepillo? Es preciso que una décima parte de la población europea se venda por un jergón y alimento insuficiente, para hacer ese servicio embrutecedor; es preciso que la misma mujer se conceptúe como una esclava, para que se siga practicando cada mañana semejante operación por docenas de millones de brazos.

Sin embargo, los peluqueros tienen máquinas para cepillar los cráneos lisos y las cabelleras crespas. ¿No era muy sencillo aplicar el mismo principio a la otra extremidad? Eso es lo que se ha hecho. Hoy, la máquina de lustrar el calzado es de uso general en las grandes fondas americanas y europeas. También se difunde fuera de ellas. En las grandes escuelas de Inglaterra, divididas en secciones con cincuenta a doscientos colegiales internos cada una, se ha encontrado más sencillo tener un solo establecimiento que todas las mañanas embetuna los mil pares de zapatos; esto evita el sostener un centenar de criadas dedicadas especialmente a esa operación estúpida. El establecimiento recoge por la noche los zapatos y los devuelve por la mañana a domicilio, lustrados a máquina.

¡Fregar la vajilla! ¿Dónde habrá una mujer que no tenga horror a esa tarea, larga y sucia a la vez, y que siempre se hace a mano, únicamente porque el trabajo de la esclava doméstica no se tiene en cuenta para nada?

En América se ha encontrado algo mejor. Ya hay cierto número de ciudades en las cuales el agua caliente se envía a domicilio, como el agua fría entre nosotros. En estas condiciones, el problema era de una gran sencillez, y lo ha resuelto una mujer, la señora Cockrane. Su máquina lava veinte docenas de platos, los enjuaga y los seca en menos de tres minutos. Una fábrica de Illinois construye esas máquinas, que se venden a un precio accesible para las casas regulares. Y en cuanto a las casas modestas, enviarán su vajilla al establecimiento lo mismo que los zapatos. Hasta es probable que una misma empresa se dedique a estos dos servicios: el de embetunar y el de fregar

Limpiar los cuchillos; desollarse la piel y retorcerse las manos lavando la ropa para exprimir el agua de ella; barrer los suelos o cepillar las alfombras levantando nubes de polvo, que es preciso quitar en seguida con sumo trabajo de los sitios donde va a posarse: todo esto se hace aún, porque la mujer sigue siendo esclava. Pero comienza a desaparecer, por hacerse todas esas funciones infinitamente mejor a máquina, y las máquinas de todas clases se introducirán en el domicilio privado cuando la distribución de la electricidad a domicilio permita ponerlas todas en movimiento, sin gastar el menor esfuerzo muscular.

Las máquinas cuestan muy poco, y si aún las pagamos tan caras, es porque no son de uso general, y sobre todo, porque un 75 por 100 se lo han llevado ya esos señores que especulan con el suelo, las primeras materias, la fabricación, la venta, la patente, el impuesto y otras cosas por el estilo, y todos ellos tienen prisa por poner coche.

El porvenir no es tener en cada casa una máquina de limpiar el calzado, otra para fregar los platos, otra para lavar la ropa blanca, y así sucesivamente. El porvenir es del calorífero común, que envíe el calor a cada cuarto de todo un barrio y evite encender lumbre. Esto se hace ya en algunas ciudades americanas. Una gran casa central envía agua caliente a todas las casas, a todos los pisos. El agua circula por los tubos, y para regular la temperatura, sólo hay que dar vueltas a una llave. Y si se quiere tener además fuego en una estancia determinada, puede encenderse el gas especial de calefacción enviado desde un depósito central. Todo ese inmenso servicio de limpiar chimeneas y hacer lumbre, ya sabe la mujer cuánto tiempo absorbe, y está en vías de desaparecer [3].

0_muj_band

La vela de parafina, la lámpara de petróleo y hasta el mechero de gas han pasado ya. Hay ciudades enteras donde basta apretar un botón para que surja la luz, y en último término, es cuestión de economía y de saber vivir el lujo de la lámpara eléctrica.

Por último (siempre en América), trátase ya de formar sociedades para suprimir la casi totalidad del trabajo doméstico. Bastaría crear servicios caseros para cada manzana de casas. Un carro iría a recoger a domicilio los cestos de calzado para embetunar, de vajilla para fregar, de ropa blanca para lavar, de menudencias para remendar (si merecen la pena), de alfombras para cepillar, y al día siguiente, por la mañana temprano, devolvería bien hecha la labor que se le hubiese confiado. Algunas horas más tarde, aparecerían en vuestra mesa el café caliente y los huevos cocidos en su punto.

En efecto, entre mediodía y las dos de la tarde hay de seguro más de veinte millones de americanos y otros tantos ingleses comiendo todos ellos buey o cordero asado, cerdo cocido, patatas cocidas y verduras de la estación. Y por lo bajo hay ocho millones de fuegos encendidos durante dos o tres horas para asar esa carne y cocer esas hortalizas; ocho millones de mujeres dedicadas a preparar esa comida, que quizá no consista en más de diez platos diferentes.

«¡Cincuenta hogares encendidos, donde bastaría uno solo! », exclamaba tiempo atrás una americana. Comed en vuestra mesa; en familia con vuestros hijos, si queréis. Pero por favor, ¿para qué esas cincuenta mujeres perdiendo la mañana en hacer algunas tazas de café y en preparar aquel almuerzo tan sencillo? ¿Por qué esos cincuenta fuegos, cuando con uno solo y dos personas bastaría para cocer todos esos trozos de carne y todas las hortalizas? Elegid vosotros mismos vuestro asado de buey o de carnero, si sois de paladar delicado; sazonad las verduras a vuestro gusto, si preferís tal o cual salsa. Pero no tengáis más que una cocina tan espaciosa y un solo hornillo tan bien dispuesto como os haga falta.

Emancipar a la mujer no es abrir para ella las puertas de la Universidad, del foro y del parlamento. La mujer manumitida descarga siempre en otra mujer el peso de los trabajos domésticos. Emancipar a la mujer es libertarla del trabajo embrutecedor de la cocina y del lavadero: es organizarse de modo que le permita criar y educar a sus hijos, si le parece, conservando tiempo de sobra para tomar parte en la vida social.


[1] La crítica libertaria hacia el procedimiento de emancipación popular por parte de los socialistas autoritarios (en este caso, los seguidores de Fourier y principalmente de los partidos comunistas en Europa) son claras en las palabras de Kropotkin.

[2] Así denominó Charles Fourier a su proyecto social basado en pequeñas comunidades dotadas de todos los servicios básicos, educación Libre y retribuciones económicas conforme a la producción material de cada individuo. Los falansterios se establecerían y financiarían, no por el Estado o por algún organismo público, sino por acción voluntaria. Fourier creía que el medio para llegar a la felicidad era crear factores adecuados para que las sociedades vivieran según su Naturaleza, sin intención de modificarla. (G. D. H. Cole, “Fourier y el Fourierismo” en Historia del Pensamiento Socialista: I – Los Precursores, FCE, 1975, pp. 69-81).

[3] Para entender las propuestas de organización y uso doméstico del autor, es necesario adentrarnos a capítulos anteriores del texto La Conquista del Pan, donde se enfatiza la necesidad de la autogestión obrera y el común acuerdo entre trabajadores para echar a andar proyectos mecánicos que reemplacen gradualmente a la mano de obra femenina.

Publicado el 11 de Noviembre de 2011 en: 

1,867 total views, 6 views today

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.