“El opresor no sería tan fuerte si no tuviese cómplices entre los propios oprimidos”.
-Simone de Beauvoir-
LA PRISIÓN DE “LO FAMILIAR”
No queremos remitirnos a estudios antropológicos de las primeras familias o gens de Occidente para introducirnos a la problemática universal del dominio masculino sobre las “prisioneras globales”, pero desde estos orígenes, existió una jerarquía sexual y económica entre el hombre y la mujer, todo concerniente a la propiedad individual y estatal ya sea de bienes, del territorio, de los instrumentos de producción o en ese entonces, de los rebaños. La vida en pequeñas comunidades dio paso a consolidar un id es patrimonium (herencia, patrimonio) que hoy en día es causa de la movilización por la ruptura cultural que existe sobre la coerción femenina: el patriarcado. Por consecuencia fisiológica, el hombre predominó en gran parte de la producción agrícola y artesanal durante estos periodos, haciendo de las labores materiales una división consecuente de acuerdo a las capacidades hombre-mujer. Dentro de las organizaciones y la clasificación de las diversas instituciones (religiosas, militares y pre-políticas) se designó siempre a un ‘hombre de poder’ para su funcionamiento. El jefe era quien decidía sobre la propiedad, sobre la alianza generalizada (o pugna) con otros pueblos, y en muchos casos dominaba el control de la sexualidad de las mujeres de la comunidad en tiempo, forma y gusto individual. En relevancia, aseguraba intereses de propiedad y de paternidad, que del latín significa engendrar, para que no se extinguieran estas relaciones de poder.
Si nos remontamos a la superación de los mitos de las diosas matriarcales, ¿por qué el dios creador y dominante fue concebido en mayor parte en semejanza del hombre dentro de las religiones?, ¿la Naturaleza, lo Erótico y la Fertilidad son actividades exclusivas de las mujeres?, es cierto que son demasiadas fuentes y costumbres culturales que enmarcan al hombre como elemento de la cúspide, creando los Estados primitivos con el fin de extender la dominación familiar a un sometimiento de terrenos más amplios.
El patriarca no sólo dejaba en la servidumbre a los explotados y a las mujeres con nulas capacidad de desarrollarse libremente en el trabajo, sino también a los hijos, mediante la obediencia estricta de la moral primitiva, la cual había heredado el jerarca por generaciones. La mujer entonces fue utilizada como esclava doméstica, como objeto de placer, como representante de la función de reproducción.
Hasta finales del medievo, era común el desprecio a las mujeres de una familia cuando no existía un barón en sus líneas, el gen femenino no tenía injerencia política. En diversos momentos de la historia, se asesinaban a las mujeres que no daban a luz a barones, tal fue el caso de las seis esposas de Enrique VIII de Inglaterra. Hoy lo seguimos viendo en países como Irak o Arabia Saudita, donde además de convertirse desde los 5 o 6 años en esposas de algún pequeño empresario (pederasta), sufren violencia pública.
De emperador, a rey o a presidente no hay mucha divergencia con el término “hombre de familia”, pues resulta ser una autoridad que comparte una ligazón con los demás dueños de bienes para darle continuidad a la estructura corporativa-económica con éstos nucleos (desde la familia más humilde hasta los empresarios más ricos).
He de modificar el lenguaje analítico en este párrafo para adentrarme a lo que regularmente se le otorga al padre de familia, al macho como legítimo derecho en la familia. “En esta casa se hace lo que yo digo (sic)”, “tú haces ésto porque yo te mantengo (¡sic!)” y demás sandeces de los individuos que se enajenan en continuar la tradición patriarcal de la familia (no muy distintas al poder político).
Lo familiar es un arma para conservar el poder de uno sobre otros, entonces, se figura como una pirámide que congeniaba con el esclavismo, y de la mano del matrimonio en todas las culturas, dejaba con nula independencia social a la mujer. La familia monogámica es la última etapa dentro de las relaciones conyugales, que a pesar de todo, se ha cegado en la idea del amor romántico. Desde el noviazgo al matrimonio y las relaciones “sin compromiso”, la monogamia es únicamente para la mujer, y en menor medida para el hombre. No hace falta voltear a todos los rincones del mundo para comprobar las acepciones que le dan a las mujeres que disfrutan de su libertad sexual, emocional y laboral. La fidelidad surge mediante el acuerdo mutuo y el amor incondicional, no con la prisión de la percepción bíblica de la mujer subordinada ni con la “fidelidad eterna” del matrimonio jurídico, civil y religioso.
DE FEMINISMOS Y OTRAS LUCHAS REVOLUCIONARIAS
Mary Wollstonecraft autora de Vindicación de los Derechos de la Mujer, rompe con la tónica de las obras liberales hasta ese entonces escritas, criticando principalmente a Rousseau por generalizar las diversas condiciones sociales de los géneros. Nadie esperaba que la mujer entonces comenzaría a fungir como un agente revolucionario… Con el ascenso de la burguesía como un nuevo estrato gobernante a finales del siglo XVIII, el pacto social es una nueva forma de subyugar a la mujer mediante las leyes civiles “ilustradas”.
“Encontrar una forma de asociación capaz de defender y proteger con toda la fuerza común a la persona y bienes de cada uno de los asociados (…)” [1] fue una de las justificaciones de los gobernantes para mantener a la institución familiar como herramienta de servidumbre. Si bien el pensamiento de Rousseau y los ilustrados permitieron el crecimiento voraz del Tercer Estado, la concepción individualista del mundo como la armonía entre el hombre y la naturaleza dejaría mucho que desear, pues dentro de la temática que ahora abordamos, la ‘naturaleza’ de las tradiciones sobre la cultura y derechos de la mujer nunca fueron ‘naturalmente’ beneficios para ellas, sino todo lo contrario: exclusión del trabajo y el desenvolvimiento en los núcleos patriarcales. Entonces, ¿justificar nuevas leyes civiles que por arte de magia incluirían a la mujer dentro de un periodo histórico de hombres?, ¡no lo creo!
La misión de Olympie de Gouges fue enfatizar la diferencia de una emancipación femenina integral de las leyes burguesas en su Carta de los Derechos de la Mujer y de la Ciudadana de 1791, con el principal motivo de pedir el derecho a la elección y a los cargos públicos para las mujeres. No tardó en surgir una ola de difamaciones en su contra y pasar del abanico de la libertad a la guillotina. Jules Michelet en alguna de sus obras mencionará que desde el levantamiento feminista en Grenoble de 1788 hasta la “Revolución de Octubre francesa” serían obra ya equitativa de las mujeres con respecto al sexo masculino, pues aunque fueran minorías en las calles, luchaban codo a codo con sus compañeros.
El feminismo entonces se desarrolla como una de las llaves para abrir la celda de la prisión familiar y social, pues éste es la noción radical de conciencia para que las mujeres sean consideradas en un ámbito universal como personas.
Aunque dentro de la historia de los movimientos sociales, la idea de la modificar la institución de la familia tomó fuerza a partir de las revoluciones liberales de 1830 y 1848, en especial con el influjo que transmitieron las ideas de Fourier y Étienne Cabet en los círculos republicanos de Francia, y en menor medida -¡y un hecho deplorable!-, la figura de la socialista Flora Tristán dentro de los compagnons de artesanos que pronto se extenderían a las organizaciones blanquistas. Aunque el Manifiesto del Partido Comunista no fue en verdad elogiado hasta después de 1890, es este junto con el Programa de Erfürt del partido social-demócrata alemán los dos grandes documentos que inspirarían dentro de la política a las corrientes del feminismo posterior; “para el burgués, su esposa no es más que un objeto de producción (…) ¡queremos abolir a la familia” [2].
Rosa Luxemburgo y su Liga Espartaquista mostrarían durante las vejaciones de la I Guerra Mundial el enorme raciocinio de las mujeres alemanas, enfrentando al partido que tiempo atrás había sido fiel al pueblo alemán (PSD) siendo éste el mismo que habría de asesinarla en 1919 al mando de Friedrich Ebert. El fin; de extender las enseñanzas de la Revolución de Octubre, que otorgó el voto universal a las mujeres inmediatamente estableciéndose los bolcheviques ene l poder.
Otra pensadora que se dedicó a la agitación desde la filosofía y la sociología fue Emma Goldman, considerada por Edgar Hoover, el primer director de la Oficina Federal de Investigación (forma arcaica del FBI) como la mujer más peligrosa de América, ¡y cómo no serlo!, si a través de un discurso picudo y anárquico, extendió los horizontes de comprensión sistemática para que la mujer entendiera que su opresión ha sido generacional. Desde las fábricas hasta el hogar…
Durante la Revolución Anarquista en España de 1936, el matrimonio (o sistema conyugal de violación), el control de natalidad (en contra de la teoría malthusiana), el aborto y el sexo casual fueron defendidos por asociaciones como Mujeres Libres [3] que además de militar en las armas, también lo hacían con métodos educacionistas, en el fomento de la cultura anti-religiosa en que la mujer rompiera las cadenas del género: “yo dispararé desde las trincheras porque también quiero parte de la recompensa” dice una de las actrices de la afamada película “Libertarias”, dirigida por el español Vicente Aranda.
En Estados Unidos, la segregación racial se encontraba al tope en las décadas de los 60’s y 70’s. La respuesta fue una de las más radicales en la historia de los movimientos políticos: la fundación de un partido socialista, revolucionario, con bases armadas y de base igualitaria entre hombres y mujeres, Las Panteras Negras. Figuras como Elaine Brown y Angela Davis predominaron en la escena de los movimientos internacionales, que junto a profesores y filósofos como Herbert Marcuse, dejaron un mensaje por la emancipación: “queremos la libertad, queremos poder para determinar el destino de nuestra comunidad negra” (el postulado número 1 en su Programa de 10 Puntos, escrito en 1967).
¡Pero claro!, sería sencillo refutarnos que el feminismo no sólo es político; va más allá del movimiento social, porque precisamente incluye una nueva tradición cultural de liberación, de participación, de creación artística, e incluso de propaganda (el We Can Do It! es una de sus máximas expresiones).
Con todo esto no pretendo hacer un recuento de las mujeres revolucionarias o el origen estricto en su estudio historiográfico sobre los movimientos feministas, sino, la inmanente relación de los sistemas de gobierno-Iglesia, las leyes dominantes y la “ética del buen gobernante” con la opresión a la mujer.
Bien claro quedará para el lector que la fuerza de las mujeres se concentra en la organización popular, de ahí nuestra necesidad de volcarnos en retomar las prácticas que llevaron las mujeres en estos grandes acontecimientos, ¡pero que no se tome esto como unas cuantas páginas empolvadas de la Historia!
Hoy, las milicias kurdas del YPJ, las mujeres zapatistas y mapuches, las militantes de la CRAC-PC, la CRSJ-PCP y las autodefensas en Michoacán, son ejemplos de la lucha que siguen manteniendo nuestras compañeras para encontrar la equidad. El feminismo tiene que limpiarse del prejuicio moral y quimérico de la “sociedad igualitaria”; se tiene que materializar. Ha sido la élite intelectual y reformista una interferencia para que las mujeres no desaten una rebelión y acción política de verdad para demostrar que son iguales en voluntad que el hombre para ejercer prácticas de liberación, ¿quién no recuerda el discurso “progresista” de Emma Watson ante la ONU?
Dentro de la “historia de bronce” notamos miles de nombres masculinos en sus páginas, cual césares, cual creadores absolutos. La falsa historia además de exaltar a los héroes y profetas sociales, se ha caracterizado por ser una historia patriarcal discriminatoria con muchos personajes que se la jugaron por un desenvolvimiento humano, en el cual, la mujer tiene un papel fundamental. La Historia es una disciplina humana, no de géneros.
¡Contra el Estado, el capital y el patriarcado!
REFERENCIAS
[1] Rousseau, Jean, Jacques, “Del Pacto Social” en El Contrato Social, Madrid, Sarpe (Los Grandes Pensadores), 1983, p. 41.
[2] Engels, Friedrich & Marx, Karl, Manifiesto del Partido Comunista, Ediciones en Lenguas Extranjeras, 1971, p. 56.
[3] Nos es de gran importancia darles méritos también a la Juventud Comunista Ibérica del POUM y a la Agrupación de los Amigos de Durruti, que tuvieron mujeres rebeldes dentro de sus filas, generando trabajos políticos y combatiendo con el fúsil principalmente en las Jornadas de Mayo de 1937. La alianza producida fue en mayor medida en contra del estalinismo fascista.
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