Michael Shraibman
En estos días hemos estado discutiendo en distintos espacios autónomos de Rusia lo que hay detrás de las ‘revoluciones modernas’: la Primavera Árabe, el Euromaidán (Ucrania) y las revueltas contra la boliburguesía en Venezuela que han tomado un lugar relevante hoy en día. Aunque la sociedad en estos países ha logrado defender la libertad de expresión, no ha logrado hacerle frente a la oligarquía, la corrupción, la pobreza, la violencia policial y las mafias de todo tipo.
Una de las razones de la derrota de estas revoluciones es que el pueblo termina frustrado con los resultados (y las falsas esperanzas) después de la rebelión. El parlamento y el sistema de partidos políticos (ya sea el más viejo o el “nuevo”) no representan siquiera los intereses del 1% de la población. Los políticos y las diputaciones pueden tomar decisiones -aproximadamente- cada 4 años, independientemente de las opiniones de sus votantes. Sumándole a eso, los miembros del Parlamento están asociados con el empresariado, los gángsters y sus intereses generalizados. La gente ganará elecciones ‘libres’ e inmediatamente entrarán en depresión económica, ¡la terrible y sangrienta lucha revolucionaria en la que arriesgaron la vida se tornará inútil!
Otro problema es la globalización de la economía moderna. Se acercará una intensa inestabilidad política y social que llevará al capital global más fuerte a retirar sus inversiones de los países ‘revolucionarios’. Esto sólo se dirige hacia la crisis económica.
Por tanto, el resultado de las revoluciones modernas y democráticas serán la depresión, la pasividad social y una inminente pobreza.
El único camino que nos muestra alzamientos comunitarios es en México, así como en las comunas de Rojava y España (Marinaleda, por ejemplo, sin que olvidemos la memoria que persiste de la revolución de 1936). Allí, la movilización de las personas toma a la vez formas más radicales y más constructivas. Los pueblos expulsan a la policía, los militares, las autoridades locales y a los políticos, dejando de pagar impuestos al Estado, creando municipios autónomos con base en la asamblea como el ejercicio directo del poder, y también utilizan sus fondos colectivos para crear nueva infraestructura, empresas comunales y una economía cooperativa.
En esta situación, realmente el poder pasó a manos de la colectividad, de los habitantes del pueblo. Ya no pueden culpar a nadie por sus problemas. Ahora su vida depende de sí mismos, de la eficacia del trabajo comunitario, de la autodefensa (en el caso de México, con la Policía Comunitaria o la Ronda Comunitaria) y de la autogestión propia de todas las relaciones sociales*.
Ahora, el camino a seguir será la creación de un nuevo modelo de organización para todas estas propuestas: una Confederación de Municipios/Comunidades Autónomo/as.
* Para nutrir estas experiencias, recomiendo leer los artículos sobre alzamientos comunitarios del escritor mexicano Demián Revart en el portal o
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¿Quieres dialogar? Estamos promoviendo un golpe de estado popular pacífico para este dos de octubre.
Ridículo.