Crónica fotográfica:
CRÓNICA SOBRE UNA ORGANIZACIÓN COMUNITARIA EN DEFENSA DEL MONTE
Desde las 5 am las señoras y sus hijas ya preparaban las tortas con sus modestos ingredientes: jamón, crema y un chilito jalapeño para quien tuviera suerte. Comuneros y pobladores a las afueras del Auditorio Ejidal, algunos conversando, alguno otros ‘echándose una pestañita’. La molesta combinación del cuerpo cansado y nulas horas de sueño no detiene la defensa de la naturaleza.
Algunos minutos extra para hacer tiempo y sumar más voluntarios antes de partir. Las camionetas repletas de aguas embotelladas, palas, picos y voluntad. “Naaah, se hacen bien pendejos”, nos responde un campesino que ha combatido tres días seguidos el fuego en una de las veredas más altas del monte, en torno a la ‘participación’ del ejército y la policía en esta situación. “Se sacan la foto y esperan a que bajemos para bajar con nosotros”, remata otro campesino sobre lo dicho.
A unos 20 minutos de camino por los pastizales, la bocanada del humo ya invade la respiración. Todos nos pusimos los cubrebocas, paliacates y otros improvisaron una capucha enredándose su camiseta alrededor del cuello.
En el camino, preguntamos a los pobladores las posibles causas del incendio. Unos comentan que “los incendios son frecuentes pero este es my distinto porque nació de distintos puntos”, otros que “a lo mejor hasta fueron los Antorchistas, ¡esos canijos son bien culeros!” y otro grupo relató que “varias tierras de esas fueron compradas por Martha Sahagún y sus hijos, ¡quién sabe qué quieran hacer por allá!”. ¿Y los políticos/candidatos del Estado de México qué andan haciendo? El más joven de ellos comentó que Delfina Gómez le impartía clases en la primaria: “si no tiene el suficiente tacto para tratar bien a un grupo de niños, menos a un estado entero -de tanta violencia y engaños”. El debate político nunca está de más.
Pasan otros 50 minutos y la camioneta ha llegado al punto más alto de la vereda. Si intenta acelerar para subir, seguramente nos volcaríamos de reversa hacia al barranco. Múltiples llamaradas brotan desde que nos bajamos.
Al llegar, nos preguntan desde una camioneta de la Policía Estatal,
-¿Cómo van, raza?, ¿cómo andan?-.
-Bien, gracias-, responde un brigadista con desdén.
algunos oficiales dejan unas botellas de agua y se retiran. No se les volvió a ver en todo el día.
Esperamos a tres camionetas más de brigadistas. El encuentro es tan épico como emocionante; mayores y jóvenes con sus paliacates bien puestos y chiflando, un grupo autónomo de bomberos de Ixtapaluca, mujeres jóvenes con jaulas de rescate para aves y mamíferos afectados por el incendio.
“Algunos compañeros del pueblo se quedaron toda la madrugada para supervisar los fuegos de menor alcance, pero shhhh es un secreto”, nos dice un ejidatario con cautela. Iniciamos la subida, como dirían los zapatistas: “marchamos lento pero avanzamos todos”. Unos iniciaron la labor del contrafuego para hacer que se extinguiera, otros tapaban con tierra seca los brotes carbonizados que con el viento pueden volverse a encender, nosotros buscamos otros puntos de riesgo en el monte.
Aproximadamente a las 3 pm nos encontramos con otras decenas de rescatistas que habían llegado antes de nosotros en el Capulinar. ¡La taquiza con arroz y frijoles refritos salvó la tarde!, pero por un rato, ya que el fuego en la parte del monte de Tequexquináhuac se acrecentó de un momento a otro…
Allí hablamos con Doña Rogelia, activista ambiental que soltó unas lágrimas mientras la entrevistábamos: “aquí he vivido toda mi vida -Coatlinchán- y nunca había habido un desastre de tal magnitud (…) ya estoy haciendo varias llamadas con los municipios vecinos para empezar a juntar los árboles para la reforestación que se viene”. Agradeció a los aproximadamente 300 voluntarios subieran durante todo el día para combatir el fuego.
A la par, conocimos a Doña Lola, también originaria de la comunidad y nos enseñó unos videos en su smartphone del cómo lucía antes el bosque, ¡hasta tenía un río en el cual sus niños se divertían los fines de semana!
Junto con varias mujeres, partimos a distintos puntos del Capulinar. El carbón seguía vivo y quemaba las raíces de los árboles que para nada son fáciles de sacar para apagarlas. Algunas de ellas usaron la pala para extraer carbón por carbón, destrozándolo con sus frágiles tennis deportivos y enterrando los fragmentos en tierra mojada (con el agua que sobró de la taquiza).
Al apagarse la luminiscencia del sol, decidimos bajar. La jornada terminó.
En el camino, la última brigada que se fue a Tequixquináhuac yacía en el suelo, descansando y echando el cotorreo. Las señoras ofrecieron un segundo acto de esa obra comunitaria llamada taquiza.
El retorno fue más complicado debido a la inestabilidad de los caminos. En una camioneta del 86′, se sumaron estudiantes de la Universidad de Chapingo y hablamos de la necesidad de la organización vecinal en las localidades afectadas, pues así como se ve la cosa, las autoridades seguirán con su táctica mediática en los periódicos para enaltecerse como los guardianes de la naturaleza, cuando quienes en verdad la procuran, permanecen en el anonimato.
Eran las 9 pm cuando ya todos llegamos de vuelta al Auditorio. La gente fue recibida por Doña Belinda, de manos campesinas y tamaño pequeño, quien se ha encargado de poner el orden en el acopio permanente de víveres, además de orientar a los pobladores que por despistados han perdido los horarios y lugares de donde han partido las brigadas al Tláloc.
Con un poco de pena, habló ante la cámara: “los bosques no pueden negociarse o esperar a que se mueran, son aquellos que nos dan vida y con la vida no hay tiempo para descansar (…) Hago la invitación a valorar a los campesinos de México, pues sin ellos -y sin tierra- la gente de la ciudad no podría sobrevivir”.
De repente, se repartieron las tortas de jamón, justo esas con las que esta crónica escribió su primer párrafo.
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