El regreso al poder del FSLN (2006) con Daniel Ortega como presidente fue uno de los grandes triunfos del proceso revolucionario que recorrió América Latina. Las promesas de revolución hechas por el gobierno sandinista se reflejaron en un conjunto de programas sociales muy básicos, débiles, insuficientes y a veces hasta absurdos. Al mismo tiempo los grandes empresarios mantuvieron sus privilegios y hasta un sector de ellos encontró condiciones para desarrollarse. El Estado dirigido por los sandinistas mantiene las formas y contenidos capitalistas de siempre, con componentes repugnantes como la presencia de Rosario Murillo y un sector de la iglesia católica. Todo ello provocó la acumulación de descontento hacia el gobierno.
Pero el punto de inflexión ha sido el canal interoceánico, que es uno de los megaproyectos de muerte más ambiciosos del continente. Prácticamente todo el territorio nicaragüense se privatiza. Los empresarios chinos, socios capitalistas de Daniel Ortega, pueden exigir la expropiación de todo el territorio que deseen. ¡Además tienen asegurada la administración del canal por 100 años!
Los desplazados de este megaproyecto empezaron a ser una realidad y con ello empezaron los brotes de repudio, organización y movilización. Esta lucha ha llegado a tal grado que Ortega recurrió a la represión abierta a la población y al asesinato de dirigentes, pese a lo cual no ha cesado la resistencia. Con estas acciones, los sandinistas perdieron todo carácter medianamente progresista y se colocan del lado de las fuerzas más reaccionarias del continente.
Las movilizaciones que iniciaron en abril de este año lograron en primer momento derrotar la reforma, totalmente propatronal, a las pensiones, pero al mismo tiempo se han convertido en la plataforma de un movimiento que exige la caída del orteguismo. Esta es la respuesta de un pueblo traicionado en su interés revolucionario.
Sin embargo, el proceso actual está lejos de presentarnos un escenario “químicamente” destilado, que ponga de un lado al sector revolucionario y del otro al sector reaccionario. No es así y es un tema fundamental para comprender la lucha actual.
La oligarquía nicaragüense está dividida en quienes apoyan al imperialismo chino-orteguista y los que apoyan al imperialismo estadounidense. El sector pro-estadounidense ha luchado desde el primer minuto por derrocar al gobierno sandinista, pese a que en aquel entonces Ortega guardaba aún un carácter progresista ante los ojos de la población. Ellos han construido todo tipo de acciones de sabotaje y ataque al gobierno sandinista: en la lucha actual han hecho todo lo posible por expropiar políticamente al movimiento y ponerlo a su servicio. Que el pueblo ponga la sangre y ellos, como oligarcas, disfruten del botín.
Lo importante de esto es que hay un sector de la clase trabajadora y el campesinado que está confundido porque están de acuerdo en luchar contra Ortega y derrocarlo, pero ven como un riesgo la presencia, en la lucha, de ese sector oligarca pro-estadounidese; saben que el discurso democrático de esa gente es una vil mentira.
Esa realidad no le quita valor a las movilizaciones que se están realizando en contra del gobierno de Ortega, pero es fundamental tomarla en cuenta. El movimiento actual debe levantar de inmediato demandas que vayan más allá de elecciones adelantadas: ¡contra el poder económico de la oligarquía y del imperialismo ya sea chino o estadounidense! El movimiento debe derrocar al orteguismo, expropiar todas las tierras y la industria privada, creando un poder asambleario por todo el país.
Viva la lucha de los hermanos nicaragüenses
Abajo la oligarquía
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